
No tengo la respuesta. Y no pasa nada. El mundo va a seguir girando. Solía pensar que hay una razón para todo, que solo hay que saber buscarla o hacer la pregunta correcta.
Eso me ha llevado a pasar de un tema a otro, de un problema a otro, siempre con la mirada puesta en la solución. Visto así suena muy positivo, la realidad es que no descansas, todo es una meta por lograr y sobre todo siempre encuentras alguna respuesta que buscar.
Y resulta que lo importante en todo este proceso es la capacidad que tienes de seleccionar aquello que real y efectivamente merece la pena responder. Y, por otro lado, dejar pasar aquello que no te va a aportar nada ni a ti ni a quien quieres.
Y en este proceso de selección incorporado recientemente en mi vida es que he descubierto que hay cosas que simplemente no tienen respuesta, que suceden o pasan y ya, no hay que darles vueltas, no hay que solucionar ese mundo, porque no va a sumar absolutamente nada a tu vida. Hay que soltar.
Con este enfoque he sido capaz de optimizar mi tiempo: primero, de tener momentos de completo equilibrio; segundo, pero sobre todo me ha ayudado a marcar unos límites propios y externos que me han dado, no solo fluidez mental, sino tranquilidad.
Nos programan para ser eficientes, para reaccionar ante las cosas, para actuar en vez de mirar. Pero esa programación se puede ajustar en la medida en que se te vaya de las manos y, cuando te des cuenta, vivas en una vorágine que no te permite eso mismo, vivir.
No importa tener todas las respuestas, no importa quedarse pasivo ante algo, lo que realmente importa es que, cuando actúes, el resultado te nutra y seas feliz.