Cambiar para sentirte mejor. Cambiar para avanzar. Cambiar para rozar la felicidad. Cambiar, solo en aquello que realmente quieres o deseas para ser una mejor versión de ti.
Durante mucho tiempo fui de las que defendía a capa y espada que las personas no cambian aquellos hábitos o actitudes que van forjando y que se anclan en lo que llamamos madurez.
Puede ser porque aún no había llegado a esa etapa, pero ya estoy en ella. Y ahora me doy cuenta que es maravilloso mirarse al espejo y sincerarse con aquello que se convierte en una losa para ti y tomar la decisión de cambiar.
Digo maravilloso, no significa fácil. Primero es reconocerlo y ahí debemos dejar de lado el ego y ser capaces de decirnos las cosas con toda la verdad.
Después, entender por qué lo hacemos o somos así, para llegar al origen y poder trabajarlo. Y luego buscar las herramientas para mejorar en esa parte. Normalmente es un camino en el que necesitas ayuda o guías. Pero, si no es algo que profundamente quieres lograr, de nada va a servir todo lo demás.
Les aseguro que se puede cambiar, que se puede romper hasta con aquello que arrastramos desde nuestra infancia y que nos hace infelices, no importa la edad que tengas, siempre y cuando de verdad quieras estar mejor.
Y no pasa nada por reconocerlo, todo lo contrario, es uno de los actos de amor propio más grandes que te puedes regalar.
Cuando te das cuenta que lo has logrado, la sensación de liberación y de alegría es tan grande que lo quieres gritar a los cuatro vientos, cuando realmente ya todo el mundo se ha dado cuenta porque lo irradias en lo que haces y dices. Y al final, la vida es para ser feliz.