En medio de una campaña electoral con intereses compartidos entre lo nacional y lo municipal, una circunstancia en la que un fin de semana o cualquier fecha festiva puede ser aprovechada por los partidos políticos para reunir a sus parciales en la promoción de candidaturas, fue notorio el desplazamiento de gente hacia Higüey con ocasión del Día de la Virgen de Altagracia.
Muchos, es cierto, van a pasear, pero más, muchos más, a cumplir con un compromiso devocional.
Y por lo visto estos desplazamientos, que hoy día pueden ser realizados por vías de comunicación con la capacidad para un notable volumen de tráfico, los reportes de accidentes eran, por lo menos hasta anoche, raros.
La devoción altagraciana de los dominicanos tiene una base antigua y en algún momento, particularmente lo que tiene que ver con el 21 de enero, conecta con la historia que concierne a los dominicanos, independientemente de que el hecho, la batalla de la Limonade, haya tenido lugar en una fecha en la que todavía vivíamos bajo la condición de españoles.
De acuerdo con el relato de los historiadores, esta batalla tuvo lugar el 21 de enero de 1691 en una localidad de este nombre ubicada en la parte norte de lo que es hoy territorio haitiano, entonces bajo control de Francia. Y como para la confrontación armada el criollo dominicano había invocado la protección de la Virgen de la Altagracia, desde entonces tiene dos fechas en el año, pero esta, la que hemos tenido el domingo, es la más conocida. La otra es el 15 de agosto.
En otra situación particularmente comprometida del pueblo dominicano, el período de la Ocupación, entre 1916 y 1924, se hizo notoria la inclinación a buscar la protección altagraciana.
Ocurrió con motivo de su coronación y traslado de regreso al santuario de Higüey en el que se le veneraba, un hecho que arrastró a cientos de miles de dominicanos en procesión.
Desde entonces las rutas hacia Higüey son caminos de peregrinación.