Rompiendo el estigma de la alcaldía

Rompiendo el estigma de la alcaldía

Rompiendo el estigma de la alcaldía

Víctor Féliz Solano

Durante décadas, la política dominicana estuvo marcada por una creencia que resonaba tanto entre analistas como entre la población: «la alcaldía quema».

Esta expresión reflejaba la percepción de que ocupar el cargo de alcalde, especialmente en ciudades importantes como el Distrito Nacional impedía avanzar hacia la Presidencia.

Ejemplos emblemáticos de esta barrera incluyen figuras como el doctor José Francisco Peña Gómez, Rafael Corporán de Los Santos, Rafael “Fello” Suberví y Roberto Salcedo, quienes, a pesar de haber anunciado sus aspiraciones presidenciales, no lograron concretarlas.

Sin embargo, en los últimos años, esta narrativa ha comenzado a cambiar, y cada día parece más plausible que un exalcalde ocupe el máximo cargo político.

La alcaldía, tradicionalmente percibida como una posición desgastante, ofrecía una exposición pública que podía ser tanto una ventaja como una desventaja. Por un lado, un alcalde está en contacto directo con las necesidades y demandas de los ciudadanos, lo que le permite construir una imagen de cercanía y compromiso.

Pero, al mismo tiempo, esta posición implica lidiar con problemas visibles e inmediatos que afectan la vida diaria de las personas, como el manejo de desechos sólidos, la organización del tránsito y el mantenimiento urbano.

Cualquier falla en estas áreas podía traducirse en un desgaste político significativo, alimentando la idea de que los alcaldes difícilmente podían aspirar a cargos más altos.

Los tiempos han cambiado. En la actualidad, son gestores locales y también figuras de proyección nacional gracias al alcance de las redes sociales y a una ciudadanía más informada.

Este cambio en la dinámica política ha permitido que figuras como Abel Martínez, exalcalde de Santiago de los Caballeros, y Carolina Mejía, actual alcaldesa del Distrito Nacional, utilicen sus gestiones municipales como plataformas para posicionarse como potenciales líderes nacionales.

Por su parte, el caso de David Collado, también exalcalde del Distrito Nacional, ha servido como ejemplo de cómo la experiencia en la administración local puede posicionar a una figura política en el escenario nacional, mostrando el potencial de la gestión municipal como base para aspiraciones de mayor alcance.

La gestión municipal permite a los líderes enfrentar problemas con soluciones prácticas, algo que conecta de manera directa con las expectativas de los votantes.

En un país donde el electorado está cada vez más desencantado con los discursos vacíos y las promesas incumplidas, la experiencia comprobada en la administración pública local puede ser un factor decisivo.

Un alcalde exitoso demuestra capacidad para administrar recursos, resolver problemas y generar resultados visibles, cualidades que los ciudadanos valoran en un posible presidente.

Además, la cercanía que los alcaldes tienen con sus comunidades les permite desarrollar un liderazgo basado en la empatía y el conocimiento directo de las necesidades de la población.

Esto se traduce en una percepción de accesibilidad y compromiso, características que resultan atractivas para un electorado que busca líderes más humanos y menos distantes.

El ascenso de los alcaldes al ámbito nacional también está impulsado por un cambio en las prioridades del electorado.

Hoy en día, los votantes valoran la capacidad de los líderes para ofrecer resultados tangibles y resolver problemas concretos. Esto explica por qué figuras como Carolina Mejía y David Collado son percibidas como posibles candidatos presidenciales para el 2028, según encuestas.

Este cambio también indica que la experiencia local ya no es vista como un obstáculo, sino como una ventaja competitiva.

El éxito de los alcaldes en su transición al ámbito nacional indica que el estigma de “la alcaldía quema” está perdiendo fuerza.

La política dominicana está entrando en una etapa en la que las barreras tradicionales son desafiadas por una nueva generación de líderes.

Estos líderes no sólo están mejor preparados, sino que también entienden las demandas de una ciudadanía más crítica y exigente.



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