Réquiem por una puta reumática
Desde muy temprano se advirtió que esta no sería de confiar, y todo por su mal disimulada inclinación a hacerse la graciosa con el rubio del norte, y no precisamente por sus ojos azules, ni siquiera podría decirse que fuera por amor a las hojas verdes. Seguramente fue por su sumisión ante el Gran Poder (que en este caso no es el de Dios).
Una de sus acciones más abominables fue la actitud que asumió a propósito de la invasión norteamericana a República Dominicana en abril de 1965. Ni hablar de su decisión de expulsar a Cuba y su apoyo al bloqueo económico que contra esa nación mantiene Estados Unidos, por razones puramente políticas e ideológicas.
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Así es que desde hace mucho se le tiene como la gran ramera de América, capaz de respaldar sin el menor sonrojo a gorilas que se apoderan del poder a la mala, siempre y cuando agradara al Tío Sam.
Por supuesto que me estoy refiriendo a la OEA (Organización de Estados Americanos), una entidad con muy poco o ningún prestigio, que casi nadie toma en cuenta, más que para asuntos meramente protocolares. Y si históricamente su papel ha sido lastimoso, hoy, con sus 65 años a cuestas, vale la pena preguntarse si tiene alguna razón de ser.
Ante la inutilidad y el descrédito de la OEA es comprensible entonces que los países latinoamericanos busquen su destino -como sugirió Amín Abel en su momento-, al margen de esta entelequia.
Por eso hay que saludar la consolidación de una alternativa a la OEA como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), un bloque regional que promueve la alianza de los países de la región al margen de los designios de Washington, de modo que nuestros países puedan enfrentar juntos males ancestrales como la pobreza, la desigualdad, inseguridad, exclusión y el hambre, en fin… avanzar hacia un mundo mejor, más justo, más humano.
Pero para lograr los objetivos supraindicados es preciso redefinir posturas, rescatar la dignidad de una región que cuenta con 600 millones de habitantes, y cuyos gobiernos tienen el deber de defender sus recursos naturales y no seguir, 500 años después de Colón, cambiando oro por espejitos.
Con esto en mira, creo que tal y como dijo el académico mejicano Eduardo Bueno, “la Celac debe trazarse objetivos de integración concretos, pero vinculados más a los ciudadanos”.
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