En el polvoriento segundo piso de una vivienda en el centro de Río de Janeiro hay un grupo de soldados retirados y casi completamente olvidados.
Tienen aproximadamente 70 años y se reúnen mensualmente para tratar de completar una «segunda misión» que ya dura décadas: conseguir reconocimiento y compensación financiera por lo que les tocó vivir y enfrentar en República Dominicana a mediado de los años 60.
José Carlos Teixera es uno de ellos. Solo tenía 19 años de edad cuando aterrizó en Santo Domingo, la capital de República Dominicana, vistiendo su uniforme militar y armado hasta los dientes.
Y, entre 1965 y 1966, unos 4.000 soldados brasileños, en su mayoría jóvenes reclutas, siguieron la misma ruta que Teixeira como miembros de una fuerza de paz enviada por la Organización de Estados Americanos (OEA) al país caribeño.
«Éramos jóvenes, de 18 a 19 años. No teníamos ninguna experiencia militar y la gran mayoría ni siquiera teníamos un mes en el ejército», recuerda Teixeira.
Operación Power Pack
En ese entonces, República Dominicana atravesaba un período de profunda inestabilidad política tras el asesinato en 1961 del gobernante de facto Rafael Trujillo.
Trujillo fue sucedido por Juan Bosch, del Partido Revolucionario Dominicano, electo presidente en diciembre de 1962.
Pero Bosch estuvo en el poder por muy poco tiempo.
Sus políticas «de izquierda», como una reforma agraria y la nacionalización de las empresas extranjeras, provocaron un golpe militar tan solo siete meses después del inicio de su mandato.
La constitución del país fue abolida y el poder asumido por un triunvirato.
Pero en abril de 1965, un grupo de jóvenes oficiales de las Fuerzas Armadas partidarios de Bosch –conocidos como «constitucionalistas» por reclamar el regreso del presidente constitucional– se rebeló contra el triunvirato.
Y el siguiente paso consistió en distribuir armas a la población, dando lugar a la creación de escuadrones llamados «comandos».
En poco tiempo República Dominicana se convirtió en un campo de batalla entre las fuerzas progubernamentales y los rebeldes simpatizantes de Bosch.
Y atrapados en el fuego cruzado quedaron muchos civiles y las tropas extranjeras que llegaron posteriormente, incluyendo a los brasileños.
Preocupados por el ascenso del comunismo en América Latina y temiendo la aparición de una «segunda Cuba», el entonces presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, ordenó la invasión a República Dominicana.
Y la denominada «Operación Power Pack» contó con el apoyo de la OEA, que ayudó a los estadounidenses a crear una fuerza militar interamericana.
La Fuerza Interamericana de Paz (IAPF, en sus siglas en Inglés), estaba integrada por soldados de Brasil, Honduras, Paraguay, Nicaragua, Costa Rica y El Salvador. El de Brasil fue el mayor contingente.
Participación brasileña
Creada por un decreto del entonces presidente, Castelo Brando, la Fuerza Armada Interamericana Brasileña (Faibrás) terminaría desplegando a aproximadamente 4.000 soldados con el propósito de «asegurar la paz» en República Dominicana.
Estos llegaron en tres grupos, entre mayo de 1965 y mayo de1966.La invasión a República Dominicana fue ordenada por el presidente estadounidense Lyndon B. Johnson.
El grupo de Texeira, el primero de todos, desembarcó en el país caribeño el 25 de mayo el 1965.
«Brasil vivía bajo una dictadura militar. Y las órdenes están para cumplirse, no se discuten. Recuerdo estar en los cuarteles y escuchar que teníamos el ‘honor’ de unirnos a la lucha en contra los comunistas en la República Dominicana», dice Teixeira.
«Pero cuando mi madre se enteró, cayó enferma. Ella era diabética. No me pudo acompañar al aeropuerto», cuenta.
«Cuando lleguemos allí en lugar de preservar la paz, tuvimos que luchar contra los rebeldes y arriesgar nuestra propia vida, en un clima muy hostil», recuerda.
Y hasta el día de hoy Teixeira lleva en el cuerpo las marcas de esa guerra y en la mente los recuerdos de un conflicto que le era ajeno.
«Vi morir a varios compañeros. Una vez estábamos de patrulla cuando un francotirador disparó contra nosotros. Yo sentí el calor de la bala cuando pasó al lado de mi oreja y el disparo terminó alcanzando y matando a un colega que estaba detrás de mí», relata.
«Esta cicatriz fue causada por una granada lanzada contra mí por un rebelde», dice mientras interrumpe la entrevista con la BBC para mostrar una marca visible en el antebrazo derecho.
Regreso y derechos
La estabilidad regresó con la elección de Joaquín Balaguer, el gran sobreviviente de la política dominicana.
La ofensiva contra los rebeldes se intensificó y nuevas elecciones le dieron la victoria a Joaquín Balaguer, el candidato de la derecha apoyado por Estados Unidos.
Y, restaurada la paz, la misión brasileña terminó el 23 de septiembre de 1966 con un total de cuatro muertes, por 470 durante la participación de Brasil en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
A su regreso a Brasil, sin embargo, los soldados destacados en República Dominicana simplemente fueron dados de baja permanente.
Y desde entonces han estado luchando por obtener el reconocimiento del gobierno brasileño y una pensión similar recibida por los soldados que lucharon en la Segunda Guerra, un beneficio garantizado por la Constitución de 1988.
«Muchos regresaron mutilados, heridos o con trastornos psicológicos, con secuelas permanentes», dice Texeira.
«A diferencia de la mayoría yo tuve la oportunidad de estudiar, pero hay muchos excombatientes en dificultades financieras», cuenta el veterano, quien cursó estudios de economía en la Universidad Federal Fluminense.
Durante todo este tiempo, sin embargo, las iniciativas para obtener pensiones especiales para los antiguos miembros de Faibrás han sido bloqueadas por los tribunales o el Congreso.
En 2001, por ejemplo, el relator del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes rechazó un proyecto de ley que preveía el pago de una pensión especial para los excombatientes que lucharon en República Dominicana.
De acuerdo con el texto del informe, la compensación financiera no compete porque en ese país no había una «operación de guerra» y, de aprobarse, se podría sentar un precedente que permitiría a otros militares brasileños que han servido en el extranjero reclamar el mismo beneficio.
Teixeira y otros veteranos, sin embargo, dicen que no van a renunciar a su «segunda misión».
«Vamos a seguir exigiendo nuestros derechos», dice Texeira.
«Nosotros no fuimos a pasear a República Dominicana. Cumplimos nuestra misión con orgullo y honor», finaliza el excombatiente.