La dimensión ética y moral de la responsabilidad supera el límite de lo individual, para instalarse, como responsabilidad por el otro. Es decir, responsabilidad de carácter social. Una responsabilidad de tal envergadura es la mía frente al otro, que, en palabras del filósofo ético Emmanuel Lévinas, se resumiría de esta forma: “me importa poco lo que otro sea con respecto a mí, es asunto suyo; para mí, él es ante todo aquél de quien yo soy responsable” (Entre nosotros: ensayos para pensar en otro, 2001). Se trata de una responsabilidad trascendente, que excede mi interés personal y se convierte en interés por el ser humano en general y su futuro, aunque cueste mi propio sacrificio.
Subrayo esta afirmación porque, si bien guardo relativa distancia de un crítico severo de la cibernética, término acuñado en 1948 por el profesor del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Norber Wiener, tomándolo de la palabra griega “kybernetes”, que quiere decir, timonel, guía o práctico de puerto; un crítico muy agudo, insisto, de la autonomía o autosuficiencia cibernética como lo es el pensador Hans Jonas, para quien, en sus reflexiones de los decenios del 50 y 60, la cibernética no es “tan inocente”, creo importante prestar atención a su advertencia.
“Para la cibernética -dice-, la sociedad es una red de comunicación que está al servicio de la transmisión, el intercambio y la acumulación de información, y esto es lo que la mantiene unida. Nunca se ha defendido un concepto de sociedad más vacío que este. Nada dice sobre el objeto de esa información ni acerca de por qué es importante poseerla. En el esquema cibernético no tiene cabida siquiera el planteamiento de esa pregunta. Toda teoría sobre la índole social del hombre, por primitiva o unilateral que sea, que tenga en cuenta que este es una criatura indigente y que pregunte por los intereses vitales que llevan a unos hombres a reunirse con otros será más adecuada que la cibernética”. Este escenario antecede a la revolución digital.
Poniendo mayor énfasis en la cuestión añade: “El viejo Hobbes, por sombrío que fuese su pensamiento, mostraba estar infinitamente mejor informado que los especialistas en información cuando afirmaba que es el temor a una muerte violenta y la necesidad de paz lo que condujo a los hombres a formar mediante contrato una comunidad política, y lo que después sigue manteniendo unido al cuerpo del Estado” (El principio vida. Hacia una biología filosófica, 2000). Para alejarnos de cualquier pensamiento catastrofista, Jonas apunta a que el concepto de bien, es decir, de actuar, pensar, crear siempre a favor de la vida y del ser humano futuros debe ser parte fundamental del propósito de la tecnología y la ciencia, para de esa forma evitar un “mal mayor” en la humanidad. De ahí que considere que la “promesa” de la técnica moderna se haya convertido en una “amenaza”; o bien, que exista una asociación “indisoluble” entre promesa y amenaza (El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, 1995).
Sería insostenible pensar en construir la sociedad deseada, no la utópica o soñada, sino la necesaria, la de mayor igualdad y justicia, la de menor corrupción e impunidad, la de menos genocidio y terrorismo sin contar con los avances de las ciencias y la tecnología, y muy particularmente, de las tecnologías de la información y la comunicación digital. Sin embargo, hay que tratar de evitar que el individuose embriague o se ciegue con el hedonismo excesivo, con la obnubilación que podría provocarlo digital como expresión de la crisis actual de la humanidad.