Rachid y Abdelkader son marroquíes, tenían 17 años cuando llegaron a España y ambos sienten que en ocasiones se les trata de manera diferente por ser de origen extranjero.
Abdelkader guarda unos segundos de silencio. Finalmente es su compañero Rachid quien responde.
«Si quieres, ve a ver dónde están los migrantes: están en el campo trabajando. Y cuando un inmigrante hace una cosa mala se ve en la tele, en Instagram, en todos los sitios. Cuando lo hace alguien de España o de Europa no sale en la tele».
Abdelkader asiente. Ambos son marroquíes y tienen 18 años recién cumplidos.
Hasta hace poco fueron dos de los llamados «menas», el acrónimo que se usa con frecuencia en España para referirse a los menores extranjeros no acompañados tutelados por las autoridades públicas al no tener un adulto de referencia en el país.
Cuando llegaron a España, Rachid y Abdelkader tenían 17 años.
«Te sientes mal»
Actualmente residen junto a cuatro jóvenes más en una «vivienda de emancipación» del gobierno valenciano para chicos que ya cumplieron los 18 años y oficialmente dejaron de estar bajo la tutela pública.
«Aunque sea una cosa pequeña, si la hace un migrante, se ve más. Y tú te sientes mal. Te das cuenta de que no somos iguales«, dice Rachid cuando se le plantea el argumento que vincula a los menores extranjeros no acompañados con la delincuencia.
La situación de este colectivo es en los últimos meses objeto de polémica en España.
Una serie incidentes hicieron de estos menores un arma arrojadiza del debate político y los convirtieron en blanco de protestas, a menudo de corte xenófobo.
Una granada contra un centro de menores
El momento de mayor tensión llegó el pasado 5 de diciembre, cuando los expertos en explosivos de la policía española hicieron detonar de manera controlada una granada en el jardín del centro de primera acogida de menores del barrio de Hortaleza, en Madrid.
Aún se desconoce quién lanzó el artefacto explosivo contra el edificio y con qué intención.
El centro de Hortaleza —antes y después del ataque— fue escenario de manifestaciones tanto de solidaridad como en contra de la presencia de estos menores.
Pero la controversia no es nueva.
Otros ataques y protestas
El pasado mes de julio, varios menores resultaron heridos después de que un centro de acogida fuera atacado en el pueblo catalán del Masnou, cercano a Barcelona.
Poco antes, según el diario La Vanguardia, un menor extranjero había sido detenido en la localidad por un intento de agresión sexual.
Los atacantes gritaban consignas como «fuera ‘menas‘ de nuestros barrios«.
Y recientemente, en Rubí, también en Barcelona, hubo protestas contra la construcción de un centro de acogida de menores.
Polémica política
En el terreno político, Vox, un partido de ultraderecha que obtuvo 58 escaños en las elecciones del pasado 10 de noviembre, hizo suyo este discurso.
«Me encuentro con mujeres que me vienen a contar que los policías les dicen que no salgan con joyas a la calle; con madres preocupadas porque sus hijas llegan por la noche y tienen miedo de ser asaltadas«, aseguró el líder del partido Santiago Abascal durante la campaña electoral en referencia al centro del barrio de Hortaleza, donde él reside.
Aunque el grupo se desvinculó y condenó el ataque que tuvo lugar unas semanas después, la portavoz del gobierno en funciones, la socialista Isabel Celáa, atacó la postura de Vox tras el lanzamiento de la granada.
«El gobierno no sabe quién lanzó la granada. Lo que sí pudimos oír fueron las manifestaciones del representante del partido político Vox en relación a los ‘menas’. Y las palabras, al final, se interiorizan e intoxican conciencias ajenas», aseguró la vocera.
Niños migrantes no acompañados
Pero ¿cuál es la situación de los menores migrantes no acompañados en España? Y ¿por qué se convirtieron en objeto de ataques?
Sara Collantes, especialista en migraciones del Comité Español del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés) hace una aclaración antes de empezar a hablar sobre este colectivo.
«Nosotros evitamos el uso del término ‘mena’ porque esta palabra terminó sacándose de su contexto y utilizándose de forma negativa, con una carga estigmatizante muy fuerte», apunta.
«Los llamamos niños migrantes no acompañados, que es la terminología que utiliza la ‘Convención sobre los derechos del niño’. Son niños que salen de su país y viajan solos sin la compañía de un adulto», explica Collantes.
Para la experta, detrás de las reacciones negativas ante los menores migrantes no acompañados existe un problema «grave de desinformación ciudadana».
Problema de desinformación
«No se está trabajando bien en la mediación vecinal para explicar a los vecinos quiénes son estos chicos, por qué van a abrir estos centros y cómo se trabaja en ellos. Hay falta de puentes, de conexión entre el sistema de protección a la infancia y los habitantes de los lugares donde estos centros se colocan».
«Y cuando se dan algunos problemas de convivencia, cuando se dan casos de chicos que tienen dificultades especiales de integración social, estas situaciones se generalizan, se magnifican y se genera un miedo infundado que lleva al rechazo, al odio, y al fin y al cabo a la vulneración gravísima de los derechos de estos niños», apunta la coordinadora del informe de Unicef «Los derechos de los niños y niñas migrantes no acompañados en la frontera sur española».
El fiscal coordinador de Menores, José Javier Huete Nogueras, descarta que exista una relación entre los menores extranjeros no acompañados y un aumento de los delitos graves.
«De los casos que tienen obligación las fiscalías provinciales de notificar a la unidad coordinadora, que son los de extrema y máxima gravedad como homicidios, violaciones, o atentados, no hay una preponderancia de la comisión de hechos delictivos por parte de menores; ya no digo extranjeros no acompañados, sino menores extranjeros. No hay. Y son los delitos más graves. Están más o menos parejos», asegura Huete en diálogo con BBC Mundo.
Rechazo vecinal
Sin embargo, el fiscal reconoce la complejidad de la situación.
«Se trata de un colectivo de chicos que han tenido un periplo migratorio complicado, que llegan a un país del que desconocen muchas veces el idioma, que vienen con unas expectativas. De pronto se encuentran con situaciones distintas de las que esperaban. Y esto genera frustraciones», apunta.
«Es inevitable que algunos cometan hechos delictivos. Y eso, que ha sucedido, genera una sensación de inseguridad en los entornos en los que se produce esa situación», prosigue.
«¿Qué es lo que ocurre? Que inmediatamente se estigmatiza y se generaliza la condición delincuencial a todo el colectivo. Lo cual es una conducta absolutamente injusta porque no es real».
«Hay que rebajar la tensión y sacar a los chicos del debate. Estamos haciéndoles un daño permanente», agrega el fiscal.
Actualmente, según los datos oficiales de finales de noviembre, en España hay 12.750 menores migrantes no acompañados, una cifra que los expertos toman como orientativa debido a problemas de coordinación entre distintas policías y las administraciones centrales y regionales.
Aumento de llegadas de menores migrantes
La nacionalidad más numerosa es la marroquí, con un 68%, seguida de Guinea Conakry (8,4%), Argelia (5,2%), Malí (4,5%) y Costa de Marfil (3,5%). Más del 92% son varones.
La mayoría de ellos accede a España por vía marítima.
De acuerdo con la memoria de la Fiscalía, en 2018 fueron localizados 7.026 llegados en pateras u otras embarcaciones frágiles.
Ese dato supuso un incremento de un 199,61% en relación al año 2017 y de un 3.050% respecto a 2014.
Una de las explicaciones para entender este aumento de llegadas a España hay que buscarla en el cierre de la ruta migratoria del Mediterráneo central a través de Libia hacia Italia.
Pero esta, señala Collantes, no es la única razón.
«Una causa muy evidente es la violencia, no solo en el marco de conflictos como ocurre en algunos países de África subsahariana, sino también la violencia intrafamiliar, el abandono institucional y la falta de oportunidades educativas y laborales», apunta la especialista.
«Colapso de los servicios de protección de menores»
Para José Javier Huete, el aumento de la inmigración de menores no acompañados es una de las causas que ayuda a entender los problemas a los que se enfrenta el colectivo en la actualidad.
«La llegada masiva en los últimos años ha dado lugar a un colapso de los servicios de protección, que en España es competencia de las comunidades autónomas», reconoce el fiscal de Menores.
De acuerdo con la legislación española, lo primero que deben hacer las autoridades ante la llegada de un posible menor migrante es determinar su edad.
Para ello se hace un reconocimiento médico forense que, explica el fiscal, incluye pruebas como una radiografía de la muñeca y, en algunos casos, otra del maxilar.
Una vez establecida la minoría de edad, los migrantes pasan a depender del sistema de protección de menores, que debe realizar un estudio de las necesidades específicas de cada uno de ellos.
«Las entidades públicas no tienen tiempo de hacer esa evaluación. Se enquistan las situaciones y centros que están previstos para 50 plazas tienen 100 o más. Los trabajadores sociales, educadores y psicólogos que tienen que hacer esa primera valoración para asignar los recursos lo tienen bastante difícil», explica el fiscal.
«Ese escenario genera una situación de inestabilidad en los centros y de hacinamiento en muchas ocasiones«, apunta, al tiempo que señala a un aumento de las inversiones y una mejor formación de los trabajadores como parte de la solución a este problema.
Después de los 18 años
Al cumplir los 18 años y alcanzar la mayoría de edad, la situación de estos migrantes cambia radicalmente, ya que dejan de estar bajo tutela pública.
En la práctica, muchos de ellos quedan desprotegidos y sin permiso de residencia, pese a que las autoridades deberían haberles facilitado la documentación necesaria para obtenerla.
«Hay disfunciones en muchas ocasiones. Hay menores que alcanzan la mayoría de edad y por las razones que sean no se ha solicitado esa documentación. Y una vez son adultos tienen dificultades para obtenerla, porque entonces tienen que ser ellos quienes hagan las gestiones. Y claro, en la situación en la que se encuentran muchas veces, es muy dificultoso», reconoce el fiscal Huete.
Al dejar de ser menores, explica Collantes, «muchos se encuentran en la calle,en la más absoluta marginación social».
«En algunas comunidades autónomas tienen programas llamados post-18 para chicos que han estado tutelados, pero esto llega a un porcentaje bajísimo de los que cada mes abandonan los recursos de protección a la infancia», afirma la especialista en migraciones.
El viaje de Rachid y Abdelkader
Rachid y Abdelkader forman parte de uno de esos programas de acompañamiento e inserción laboral.
Ya con 18 años, siguen residiendo en una vivienda pública en la que cuentan con el apoyo de un técnico en integración social, un trabajador social y dos educadores sociales.
Ambos —chicos, marroquíes, 17 años— responden al perfil más común de los menores migrantes no acompañados que llegan a España.
En el salón de su apartamento, cuentan cómo fue su llegada a las costas de Andalucía y su periplo posterior.
Para Abdelkader, el definitivo fue su tercer intento por cruzar el Estrecho.
«Cuando llegué me escondí en un bosque. Pensaba que iba a llegar a un lugar como Nueva York, pero aquello no tenía nada que ver», ríe.
Poco después de su llegada, decidió entregarse a la policía y fue puesto bajo tutela del gobierno de Andalucía.
El miedo a cruzar el mar
Pero las informaciones sobre las condiciones de vida mejores o peores en determinados centros de acogida corren entre los menores tutelados y las fugas y los desplazamientos entre regiones son frecuentes.
Tras varias etapas, Abdelkader acabó residiendo en un centro de menores no acompañados cerca de Valencia.
El trayecto de Rachid, cuya embarcación fue interceptada por las autoridades españolas, fue similar.
Para los dos, el miedo al cruzar el mar en una patera con más de 50 personas a bordo —una ruta en la que murieron 769 personas en 2018— es el peor recuerdo de su experiencia como migrantes.
Eso y la soledad y el sentirse perdido e incapaz de comunicarse en un país extraño.
«Llegué aquí sin idioma y sin nada. No conocía a nadie. No entendía nada. Ahora estoy bien. Aprendo la lengua, hago cursos y conozco gente. Empiezo a ver un poco mi futuro», asegura Rachid.
*Fuente BBC