Parece que se ha instaurado una premisa cada vez más fuerte: ‘libertad vendo, para ti no tengo’. Vivimos un mundo cada vez más polarizado, con unas redes sociales convertidas en vehículos de manipulación, falsas noticias y desahogos trasnochados que llevan a una distorsión entre los derechos y los deberes de cada uno, a una interpretación de la libertad de expresión a la carta, según convenga en cada momento y según sea favorable o no a lo que piensas y, lo más preocupante, a que la libertad no es un derecho de todos, solo de quienes se alinean con lo que consideras correcto.

Creo profundamente que hay muchos pensamientos y acciones arraigados en nuestras sociedades que hay que cambiar en áreas como la violencia de género, la diversidad sexual, la educación emocional… la lista es larga.

Lo que me preocupa es cuando veo que aquellos que enarbolan la bandera de este cambio repiten exactamente los mismos errores, pero en la esquina contraria.

Ahora todo lo anterior es malo, todo el que piensa de una manera más “tradicional ”está equivocado y quien no se sube al tren de un progresismo tal y como ellos lo entienden, no son válidos como interlocutores

Entonces, ¿dónde queda el diálogo constructivo que llega a soluciones reales? ¿Qué pasa con eso de la libertad y la igualdad es para todos? ¿Qué vamos a hacer para que se logre un cambio real y no uno impuesto, que es el error que hemos cometido generación tras generación? ¿Por qué aquello que tú piensas es más válido que lo que yo pienso?

La verdad no tengo respuesta, lo que sí tengo claro es que quien toque a mi puerta para imponer en vez de para dialogar no va a encontrar respuesta porque para mi todo se resume en respeto y comunicación.