¡Qué escándalo!
Cada vez que estoy fuera de mi país retomo consciencia de cuán ruidosos somos. Desde hablar durísimo, hacer más bulla de la cuenta e invadir la privacidad ajena con música altísima, hasta gritar cuando podemos sencillamente hablar, conspiramos a cada momento para matar la paz que viene con la quietud y el silencio.
Quizás por ello vivimos tan sobresaltados, porque el exceso de ruido crispa los nervios. Ni hablar de “comunicadores” que gritan por radio y televisión y la gleba empoderada cibernéticamente, que sube el volumen de redes sociales. La irritación de los ciudadanos en las principales ciudades dominicanas se refleja en sus rostros.
- Publicidad -
En cualquier esquina, los vidrios subidos, las desigualdades sociales que por hábito ignoramos (niños pidiendo, jóvenes empericados limpiando parabrisas, policías cherchando mientras motociclistas se van en rojo…) y otros detalles, nos dicen a gritos que tenemos que dudar de la sostenibilidad de nuestro modelo político.
Tal vez el ruido no es más que la manera del cuerpo social llamarnos a dejar de hacernos los sordos. ¡Cuánta bulla!
Etiquetas
Artículos Relacionados