3.- Paisaje y meditaciones de una frontera. Esta histórica obra, poco conocida, justo es decirlo, fue escrita por el jurista y escritor dominicano Freddy M. Prestol Castillo (1914-1981), el mismo autor de la novela archiconocida El Masacre se pasa a pie (1973), que “hacía latir la tierra dominicana”.
Nos muestra la frontera, una de las realidades con mayor inestabilidad política, social y económica; en aquel entonces, y en la actualidad, era un “triste destino condenado a la soledad y esterilidad.” 50 años después, la misma frontera haitiana sigue significando el mismo ámbito geográfico para el pueblo dominicano: desolación y horror, y la bruma de una historia del “Haití militar”.
Pero la importancia de hoy es reflexionar acerca de la patria, y la historia de la penetración haitiana, una frontera de la que hablamos sin conocerla, que representa el trato fronterizo indeleble, donde el pueblo haitiano lucha encarnizadamente por la comida, y por sobrevivir. Y esa parte geográfica del pueblo dominicano, del que nada podemos decir sino hasta sentir la desolación y desgracia humanas, en los bohíos aledaños de las ciudades de Restauración, Dajabón, Elías Piñas y Pedernales, vive todavía igual miseria.
Dice Prestol Castillo que el drama del hambre es el que ha impuesto el curso inmigratorio hacia la parte Este de la isla. La causa espiritual de esta inmigración lo fue el ganado, y la huida que le impuso Trujillo en 1937, que según el balance demográfico de esta realidad en los confines fronterizos “amenazaba en tragarnos en el espíritu ancestral en aquellas zonas”.
Dice también nuestro autor, que como consecuencia de nuestros problemas con Haití existieron tres etapas de la penetración haitiana.
La primera de ellas fue la obra de los bucaneros. Fue una lucha de tipo económico, constituyó intereses de Francia frente a las colonias españolas en el Caribe; en la segunda, vemos una larga historia de invasiones de tipo militar y político, y Haití nos invade en 1822 (con Jean P. Boyer a la cabeza).
Y finalmente, cuando ha resurgido la nacionalidad y recuperado el honor patriótico, y cuando sólo queda la frontera surge la tercera forma de penetración: el robo de reses, el contrabando y paulatinamente la factoría del corte de la caña. Pero hoy, Haití ha tocado fondo (y viene tras nosotros). Suma complejidad para ambos pueblos.
Aunque no nos importe, también eso somos nosotros. Hay una minoría del pueblo dominicano que vive en inmerso en la sabana, allí donde el río Masacre mira en silencio el tiempo detenido por el hambre y el dolor humano.
Más que el rostro de la pobreza extrema, es el de la soledad, es el “símbolo de la pobreza como un buey uncido al arado”.
Conozco historias de fronteras entre países peninsulares, algunas atrapadas en el prejuicio. La nuestra debe avergonzarnos.
Lo cual no se explica, pues, el mismísimo almirante don Cristóbal nombró a esta Isla como una maravilla; y Francia, opinó que Haití (Tierra Alta) era el edén del Caribe.