2.- Cartas a Evelina. El profesor José Guerrero, director del Instituto de Antropología (INDIA) de la universidad del Estado (UASD) me ha pedido que organicemos un seminario sobre la obra Cartas a Evelina, del doctor Francisco E. Moscoso Puello.
Sus razones textuales fueron: “Para comprender la dominicanidad, el itinerario complejo de la relación entre nación, raza, etnia y patria es fundamental la obra del doctor Moscoso Puello”, “es fundamental por las cosas que trata de temas de los dominicanos, su historia, su visión determinada sobre la relación étnica de los dominicanos”, “es la visión real, compleja y directa de lo que es la dominicanidad, que no es un camino fácil como la gente cree.”
El doctor Moscoso Puello, intelectual, médico y al mismo tiempo hombre de letras, nació y murió en Santo Domingo, en el período de 1885-1959. Además de las Cartas a Evelina (firmadas en formato epistolar y publicadas entre 1913-40), escribió otras obras que son una radiografía del pueblo dominicano: Cañas y bueyes (1936), Navarijo (1956), brillantes piezas narrativas, por un lado; por el otro, demasiado elevadas considerando el nivel cultural de nuestros campesinos y obreros, que sufren más que de lo que se regocijan.
En parte, por aquello expresado por Voltaire: “Los que aseguran que hay verdades que deben ocultarse al pueblo no deben alarmarse: el pueblo no lee, trabaja seis días a la semana y el séptimo se va a la taberna…”
La cuestión de “pueblo acostumbrado” es nuestro horizonte mental, vivimos en él “escasos de ideas.” Que bien está descrito la figura del político dominicano en la obra. Dice Moscoso Puello: “pueblo pobre de ideas y al mismo tiempo de ideas pobres”.
Esta naturaleza se refleja en la producción de nuestras leyes, cuya función sirve para regular y atemorizar el lenguaje del pueblo; leyes insensatas, plagiadas de otras latitudes, y además inútiles, considerando que la mayoría de la gente, ni las cumple y ni las conoce. Tal es la ley que prohíbe la vagancia.
Con Cartas a Evelina he rememorado una increíble cantidad de hábitos que tenemos los dominicanos y algo de su paremiología: nos gusta decirnos las cosas en voz baja y gritamos, en vez de hablar.
Tener complejo de Guacanagarix, o la frase odiosa (que parece que no se acabará nunca): “Trujillo en la tierra, y Dios en el cielo.”
Más que el modo de construir el progreso de nuestro pueblo, yo veo en sus páginas, lo que de cultura, ciencia y humanismo hemos logrado.
El alma del paisaje dominicano hasta ahora se ha acompañado de la pobreza, del invierno tropical y los encantos del campo y las montañas.
Somos la raza infeliz que alguna vez consideró el Padre Las Casas, inútil para el conquistador; la raza que vino aquí por la ambición –los mandingas, los fulas, los radas y los congos–, que fueron establecidos para sufrir el martirio del trabajo forzado (sic). Moscoso Puello fue mulato, hijo de un blanco y de madre negra.