Las dos naciones que comparten la isla tienen, desde hace siglos, un fuerte vínculo a través de dos problemas que, económicamente, son explotados con ventaja y altos beneficios por sectores nacionales.
No es un secreto que el mercado informal y el tráfico de ilegales deja una masa de dinero incuantificable.
El caos, el silencio y las complicidades en que se produce el traslado de personas impiden, precisamente, saber las inversiones y el número de personas que cruza al año de un país a otro.
Hace poco, por otras razones ajenas al comercio y el tráfico, la iglesia Católica tocó el tema y las inquietudes asociadas en un foro que tituló V Encuentro de Migración y Movilidad Humana donde se evidenció la falta de voluntad para avanzar soluciones, al menos parciales, sobre estos problemas que traspasan los siglos y las fronteras con la misma indiferencia por parte de las autoridades de ambos países.
Esto hace que todo lo que tiene que ver con detenidos, deportados, desplazados, derechos humanos, inmigración haitiana y las informales relaciones fronterizas, se agudice e incremente, igual que la violencia y el contrabando de toda índole.
Si existe algo por encima de las fronteras geográficas son los derechos humanos y el trabajo pastoral de la iglesia Católica.
Estamos en un buen momento para ensayar fórmulas, solicitando el apoyo que sea necesario a quienes puedan ofrecerlo, tanto aquí, como en Haití, para avanzar.
El avance que podamos tener en la formalización de relaciones comerciales y legislación migratoria podrá llevarnos, más temprano que tarde, a reducir la pobreza, la desigualdad y la exclusión social que marca por igual a ambos pueblos.