Las calles de Santo Domingo y del Distrito Nacional han vuelto a ser causa de irritación entre los que, por la razón de su trabajo o alguna diligencia personal, tienen que salir y vérselas con el tráfico, en el que todas las horas son “pico”.
Junto a los que se desesperan porque pueden llegar tarde a una cita o a su trabajo, se desenvuelven en las vías públicas los que viven de la calle —choferes de carros públicos, venduteros y operadores de talleres—, para quienes pareciera que el tiempo carece de importancia.
Sin duda, las calles de este conglomerado humano al que también se le denomina Gran Santo Domingo, son un elemento importante de la violencia.
No siempre de la que le cuesta un órgano o la vida a una persona, pero sí de la que contribuye de muchas maneras con el mal talante con el que se tratan las personas tras haber pasado una hora sometidas a la manera en la que se conducen tantos, que a su vez empujan a lo peor a quienes todavía el ánimo y la educación les permiten mantener los buenos modales.
Bueno advertir en este punto que no todos ven en el tráfico un elemento negativo. Junto a los que suman el caos del tránsito a la atmósfera de violencia que en estos días ha obligado a una respuesta del gobierno, también están los optimistas que ven en ello la vitalidad de la apertura tras el cierre provocado por las políticas frente a la pandemia.
Cualquiera que sea el caso, el hecho, la imposibilidad de trasladarse en las vías públicas sin padecer, debe ser incluido entre las prioridades del momento.
El lunes de la semana que viene está supuesta a salir a las calles, con hora de salida y de llegada a las escuelas y colegios, una millonada de estudiantes y sus transportistas.
Entonces será el crujir de dientes.