Hay que ser muy sabios a la hora de diseñar una estructura tributaria dentro de lo que parece ser una inevitable reforma fiscal.

Esto así porque la carga sobre los que pagan impuestos es mucho mayor a la que dicen las estadísticas frías, ya que sobre ellos recae lo que debieran ser los aportes de los sectores que disfrutan de exenciones fiscales.

Se dirá, con cierta razón, que algunas de las exenciones actuales benefician al consumidor, pues de imponerles impuestos estos le serían cargados al público.

Pero también se dirá, con cierta razón, que otras exenciones ya no tienen razón de ser, pues fueron diseñadas para proteger inversiones que fueron recuperadas hace mucho y otras solo benefician a un grupo muy reducido de personas.

La presión fiscal de los que pagan impuestos es muy superior a lo que indican las estadísticas, por eso hay que sincerarla.

Otra inequidad de la actual estructura tributaria es que descansa en los impuestos al consumo, que se les cargan por igual al más pobre de los pobres como al más rico de los ricos.

El Gobierno se abocará a una reforma tributaria, con o sin pacto, en la búsqueda del dinero para mantener la salud fiscal, pero hay que ser inteligente para no seguir cargando a los que de por sí ya están cargados.