
Por: Julio Disla
La paradoja del progresismo latinoamericano en la segunda década del siglo XXI se expresa con particular crudeza en Ecuador y Bolivia. En ambos países, fuerzas que en el pasado supieron encarnar un proyecto de transformación social terminaron divididas, debilitadas y, finalmente, sin capacidad para retener o recuperar el poder político.
Ecuador: el “anti-correísmo” como eje articulador
En el caso ecuatoriano, el peso del anti-correísmo no solo funcionó como arma de la derecha, sino también como factor de división dentro de la izquierda y núcleos populares. Sectores que se autodenominaban “auténticos y verdaderos” –movimientos sociales, sindicatos e incluso corrientes indígenas– priorizaron el rechazo a Rafael Correa antes que la unidad contra el neoliberalismo. Esa fractura permitió primero el ascenso de Guillermo Lasso, y luego, en 2025, la reelección de Daniel Noboa con el apoyo de amplias bases indígenas y obreras, pese a las advertencias de dirigentes como Leónidas Iza.
La “alianza de las izquierdas” en el balotaje de 2025 llegó demasiado tarde y fue demasiado frágil. La derecha logró instalar el discurso de que toda coincidencia con el correísmo equivalía a traición, mientras canalizaba el descontento popular en torno a la promesa de estabilidad y “modernización”.
Bolivia: el “masismo” sin consenso
En Bolivia, el Movimiento al Socialismo (MAS) vivió su propia crisis interna tras la salida de Evo Morales de la presidencia. Las tensiones entre las facciones de Morales, Luis Arce y David Choquehuanca fragmentaron la capacidad de cohesión. El MAS, que antes era sinónimo de unidad entre el Estado y los movimientos sociales, se convirtió en un campo de disputa por liderazgos, con desconfianza mutua entre el sindicalismo campesino, las élites urbanas progresistas y la dirigencia indígena.
La derecha boliviana supo aprovechar esa división para rearticularse y, con el discurso de “recuperar la democracia frente al autoritarismo”, logró proyectarse como alternativa, capitalizando además el desgaste económico y la fatiga de la población tras más de una década de hegemonía masista.
Factores comunes del fracaso
El desencuentro en ambos países comparte elementos estructurales:
• Personalismos y liderazgos en pugna: tanto el correísmo como el masismo no lograron construir un recambio generacional ni espacios de liderazgo colectivo capaces de contener la diversidad interna.
• Fallas en la articulación con movimientos sociales: lo que en sus inicios fue la base más sólida del progresismo (sindicatos, indígenas, campesinos) se convirtió en terreno de disputa, con dirigencias divididas entre la lealtad al pasado y la búsqueda de autonomía frente a los proyectos estatales.
• La eficacia del discurso de la derecha: en Ecuador el “anti-correísmo” y en Bolivia el “antimasismo” se convirtieron en banderas capaces de unir desde la oligarquía hasta sectores populares desencantados. La derecha logró resignificarse como opción de “cambio” y de “renovación democrática”.
• La ausencia de un horizonte común latinoamericano: a diferencia del ciclo progresista de inicios de siglo, donde existía una narrativa continental (ALBA, UNASUR, CELAC), hoy priman proyectos nacionales inconexos, lo que debilita la capacidad de aprendizaje y respaldo mutuo.
Una lección para el futuro
El desenlace en Ecuador y Bolivia demuestra que el progresismo no fracasa únicamente por la ofensiva de las élites, sino también por su incapacidad de articular un bloque histórico coherente. Mientras el pueblo trabajador y las comunidades indígenas siguen soportando la crisis, las dirigencias progresistas se entrampan en disputas internas que abren el camino a la restauración neoliberal.
La tarea pendiente es clara: reconstruir la unidad no sobre la base de liderazgos carismáticos aislados, sino en torno a un programa común de transformación social que conecte con las luchas actuales –ambientales, feministas, laborales e indígenas, de transformación social– y que recupere la confianza popular. Solo así será posible frenar el avance de la derecha y retomar el horizonte emancipador que en su momento inspiró a millones en el continente.