
La violencia entre nosotros tiene variadas manifestaciones que incluyen el obligado tránsito en las vías públicas, lugares privados de diversión abiertos al público, y la familia.
En esta última tiene lugar una vergonzosa forma de la violencia que en ocasiones genera cuadros sobrecogedores, como cuando involucra directamente a los hijos, que siempre serán víctimas, inclusive cuando no son alcanzados por las formas físicas de sus expresiones.
Datos de la Oficina Nacional de Estadísticas organizados a partir de reportes policiales del período 2020-2024 arrojan una cifra que supera las 700 mujeres muertas a manos de sus compañeros de vida, en el hogar o fuera de este.
Recientemente hemos visto algunos casos que tuvieron lugar en la Capital y en la provincia María Trinidad Sánchez, en que las víctimas han sido los hijos, pero con el mismo fin siniestro de castigar a la mujer.
Al final del encuentro de ayer sobre seguridad ciudadana, la ministra de Interior y Policía, Faride Raful, informó que el Gobierno trabaja en un plan integral para prevenir la violencia de género y los feminicidios, coordinado de manera conjunta con la Procuraduría General de la República, el Ministerio de la Mujer y la Dirección Especializada en Violencia de Género de la Policía Nacional.
Si en algún punto en el desenvolvimiento de este plan las instituciones involucradas encuentran que el comportamiento violento de muchos hombres, en sus relaciones de pareja o en el núcleo familiar, tiene su base en la forma en que son educados desde la infancia, esperamos que la enorme tarea de corregir esta fatal conducta no los desaliente.
Desde enero hasta los primeros días de este mes alrededor de 30 mujeres han muerto a manos maridos o de quienes lo fueron.
Y esto, además de vergonzoso, deja un rastro de sangre o sufrimientos que tarde o temprano nos cortan el paso.