Quien ha permanecido atento a las noticias en estos días, o ha recorrido los campos y las grandes y pequeñas ciudades de la República o está pendiente del diario acontecer nacional, puede que necesite con urgencia un asiento para tomarse un respiro, y no marearse y caerse de bruces al piso…
Me viene a la mente el término “sublimación” y sus sinónimos que pueden ser “acrecentar”, “agrandar”, “ensanchar” y “aumentar”. Un vocablo a tomar en cuenta cuando se manejan esquemas publicitarios, es decir, la elaboración imaginaria de números e imágenes impactantes que a veces poseen un mínimo de verdad, pero que de ninguna manera representan su plenitud o esencia. Todo lo contrario…
Se sabe que el país está afectado por una sequía que agrava seriamente las labores agrícolas. Hace poco observé un reportaje televisado en el que se veía decenas de camiones transportando envases con agua y grandes pacas de forraje, una significativa manifestación oficial “en auxilio de los afectados”. Se mencionaba, incluso, la excavación de “decenas de pozos” para enfrentar la tétrica situación.
Horas después, me quedé estupefacto ante las quejas en primera persona de ganaderos y agricultores de Montecristi y su entorno que mostraban decenas de vacas hambrientas y agonizantes, muchas de ellas ya sin vida, por falta de comida y agua.
Con un rostro de inocultable sufrimiento uno de ellos afirmó que “unas ocho mil reses” habían muerto debido a la sequía y que “la supuesta ayuda oficial” era “pura propaganda”. “No hay tal ayuda”, dijo. “Nuestra situación es crítica y nadie ha venido en nuestro respaldo”.
Recordé las quejas reiteradas de los ecologistas por los desafueros que se cometen en Valle Nuevo, Constanza, debido a acciones respaldadas por un ministro de Medio Ambiente a quien la demanda casi universal por preservar las fuentes esenciales de agua que allí nacen y alimentan a toda la isla parecen dejarlo inconmovible.
Una ponderada crónica de Marcelo Peralta, publicada en “Prensa Global” ¡hace tres años! anunciaba la gran tragedia que ya se cernía sobre la nación dominicana como una gran nube oscura, cuyas consecuencias ya estamos sufriendo y cuyos alcances son impredecibles: “Desaparecen 600 ríos y hay muchos otros en cuidados intensivos”.
Peralta atribuyó la calamidad ecológica “a los desgarradores efectos de la rampante deforestación causada por ricos, políticos, empresarios, agricultores, ganaderos, mineras e invasores haitianos”.
Esta situación, añadió, “amenaza la existencia de seres humanos y animales”, además de poner en peligro “la agropecuaria y la pecuaria”.
Reprodujo declaraciones de Francisco Mosquea, entonces presidente del Colegio Dominicano de Ingenieros, Arquitecto y Agrimensores (Codia) quien advirtió, desbordado por la preocupación, de “los desmontes masivos en las cuencas hidrográficas lacerando las venas acuíferas de ríos y arroyos”.
“Hay que aportar soluciones”, precisó, “a la escasez de agua que se produce en los periodos de sequías extremas y controlar la tala de árboles en las cuencas hidrográficas, la contaminación de los ríos y el medio ambiente”.
“Los principales ríos del país padecen de una grave contaminación física, química y biológica”, añadió el profesional y habló de la necesidad de “establecer políticas de racionalización, planificación e investigación de la distribución, uso de las aguas residuales vertidas en los mismos y en el mar creando efectos negativos en la vida y el cambio climático”.
Luis Carvajal, inflexible ecologista miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana, acaba “de admitir su ignorancia” ante los auspiciosos e impactantes números oficiales servidos en las memorias anuales que califican el país como “un ejemplo mundial de sostenibilidad ambiental”.
“No he visto todavía”, nos confiesa, “los dos millones de hectáreas que representan el 43.6 por ciento del territorio nacional equivalentes a 21 mil kilómetros de cobertura vegetal” a los que se refieren las “Memorias”.
“No he podido disfrutar de los ríos, lagos y lagunas saneados. De las ciudades limpias, silentes u ordenadas.
Del envidiable manejo de los desechos sólidos y de los efluentes urbanos e industriales. De la calidad del aire y la inocuidad en los suelos y los alimentos.
De la minería responsable, transparente y sostenible…”. Como dice la canción: “Palabras, tan solo palabras”. ¿Y entonces?