Obras municipales del Distrito Nacional

Obras municipales del Distrito Nacional

Obras municipales del Distrito Nacional

Víctor Feliz

Desde la fundación de nuestra ciudad capital, esta ha sido guiada por distintos rumbos, algunos desastrosos y otros pues, no tanto. Sin lugar a duda, los diferentes momentos han sido inequívocamente memorables.

Desde los albores de nuestro establecimiento como capital del nuevo mundo, podría decirse que la intensión del imperio europeo fue instaurar una ciudad mercantil y de tránsito que serviría para exportar las riquezas producto del saqueo y explotación de la que fuimos brutalmente objeto por siglos.

No tuvimos momentos de esplendor más que aquellos que fueron impulsados por las ambiciones de colonizadores que en diferentes etapas, al sentirse humillados por sus superiores, pretendieron erigirse como gobernadores independientes.

Es evidente que, por muchísimo tiempo, vivimos un letargo en el desarrollo urbanístico debido, principalmente, al interés por las vastas e interminables riquezas naturales de lo que conocemos hoy como Sudamérica y a las cuales los conquistadores prefirieron más que la nuestra. Indiscutiblemente la magnificencia urbana se inició en los denominados “30 años de Trujillo”.

Las obras ejecutadas durante la dictadura fueron catalogadas para la época como impresionantes, faraónicas y portentosas por describir algunas.

Santo Domingo de Guzmán aún conserva genuinas joyas de la arquitectura modernista de una capital que reclamaba desarrollo urbano acorde a los tiempos: el edificio que aloja el Cuerpo de Bomberos de Santo Domingo en el 1944, el cual se considera una de las piezas más puras del modernismo de la ciudad; el Mercado Modelo inaugurado en el 1942, el cual tiene mucho de la arquitectura modernista, pero cuenta con elementos de estilos republicano y neoclásico, es uno de los edificios más importantes del siglo XX, el cual posee la primera losa hiperbólica que hay en la ciudad; para completar, el Centro de los Héroes popularmente conocido como “La Feria”, es una huella indeleble del impacto urbano que plasmó la tiranía.

Podemos seguir listando muchas más, sin embargo, por razones de espacio y tiempo debemos saltar al período de los llamados “12 años de Balaguer” cuya impronta es innegable, palpable y medible.

La cosa cambió desde los 80 cuando el Ayuntamiento del Distrito Nacional empezó a comportarse como un “gobierno local”, iniciando un plan ambicioso de obras municipales y así dotar de pequeños espacios públicos, bibliotecas, centros comunales, estaciones de bomberos, mercadillos, funerarias, canchas deportivas a barrios y sectores que fueron surgiendo, muchos de estos sin planificación urbana, pero las demandas de sus habitantes y la presión colectiva obligó a la ciudad suplir al menos básicamente sus peticiones.

Por espacio de varios años, las pequeñas obras de “vocación municipal” fueron el día a día de las gestiones que encabezaron la corporación edilicia de la Capital Primada de América, pero desde varios años atrás hasta nuestros días, sufrimos un aturdimiento en la materia.

A pesar de las súplicas de miles de habitantes, las autoridades se hacen la de la vista gorda y con ello el desorden urbano, el hacinamiento y el mal vivir van constituyendo al Distrito Nacional en la ciudad más estresante de la nación.

Llamamos a la reflexión a las autoridades de la capital para que los cientos de millones de pesos que se deberían disponer para obras públicas municipales fluyan en la dirección acorde a una ciudad enclavada en pleno siglo XXI y que exigen los tiempos.

Temas como el arbolado, la accesibilidad universal, espacios públicos amigables, drenaje pluvial, estacionamientos, seguridad, infraestructura para el reciclaje, entre otros, esperan ser incorporados en la agenda municipal.

*Por Víctor Féliz Solano



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