Nueve cuentos breves, muy elementales

Nueve cuentos breves, muy elementales

Nueve cuentos breves, muy elementales

            El contrato

            —Te amo  —dijo.

La frase estaba en el guion de la película. Todo estaba dispuesto en el estudio: cámaras, luces, personal de apoyo para la filmación; y el hombre, con un baño de sensualidad y un brillo prometedor en los ojos, luego de la frase que dijo, se queda mirando en silencio a la mujer que formaba, junto con él, la pareja joven y protagónica del reparto.

El beso tórrido formaría parte del final. El director concibió el cierre de la escena, luego de la primera frase, con un beso. No sería un beso común. La mujer avanzaría con decisión hacia los labios del hombre.

No sería un beso falso. Mientras el reparto socializaba la actriz principal se enamoró. Aunque eso no cuente el director se llevó en la película una escena de la vida real, y que, inicialmente, no contempló en el contrato.

            Telepatía

Y tan pronto lo pensó, el otro, que aguardaba en silencio, frente a él, lo mira fijamente y le dice: estás equivocado.

             El síndrome de la vanidad

Una tortuga de 100 años inició una impresionante y lenta carrera de 100 metros planos. Y para animarla 100 espectadores aplaudían, tributándole un palmetazo, que se convertían en 100 aplausos por cada metro recorrido. La tortuga llegó a la meta con más aplausos que el tiempo que tardó en hacer el recorrido de 100 metros.

            Elemental

 Un hombre: Hoy tenemos una mañana muy hermosa.

Una mujer: Sí. Eso me han dicho.

(Conversación entre una pareja sin luz en la mirada)

            Alerta

El perro termina pareciéndose a su amo. Eso lo escuché de manera recurrente, durante la última década de mi adolescencia. Y, luego, con mi edad adulta, desarrollado de manera brillante mi raciocinio, me declaré alérgico a los perros.

            La modernidad

 Hace cinco años que no ve o habla personalmente con los amigos del siglo pasado; y como la modernidad lo modernizó creó un grupo de  WhatsApp. La intimidad que ganó con el uso de la tecnología es increíble. Así, cada mañana, cuando se despierta, les envía un efusivo mensaje a sus amigos.

                Tronar los dedos

De Brad Pitt solo envidio un segundo. El segundo que tarda en tronar los dedos ante una mujer encantadora, y solo con ese ademán consigue todo de ella. Todo. Algo para lo que yo tengo armar un plan seductor durante una vida completa.

            El vendedor de ideas

A sus clientes les pedía que cerraran los ojos y juntaran las dos manos de una manera extraña. En actitud de oración. Y, de inmediato, como parte del ceremonial, colocaba el pulgar de su mano derecha sobre la frente del comprador. El proceso para la transferencia de la idea demora, quizá cuarenta y cinco segundos. Era todo. Algunas ideas no prenden de inmediato, les advertía. Muchas tardan años en florecer. «Sí.», respondían los clientes; y, con la mente en blanco, se marchaban resignados en un milagro, con el paso del tiempo.

            La gran decisión

Tendrás una larga descendencia, le dijo la pitonisa. Tu vientre será afortunado, pródigo. Serás madre varias veces. La mujer, que escuchaba atenta, sonrió. La sonrisa se le borró de inmediato cuando escuchó, completo, el augurio: todos tus hijos morirán trágicamente, uno tras otro. Y tú tendrás una larga vida. Verás años que no soportará tu cuerpo, ya débil y aquejada de inhumanos dolores, irreconocible tu rostro en el espejo, morirás. ¿Madre? Nunca. Y viviré solo los años que el destino depare para mí. Esa tarde tomó la decisión.



Rafael García Romero

Rafael García Romero. Novelista, ensayista, periodista. Tiene 18 libros publicados y es un escritor cuya trayectoria está marcada por una audaz singularidad narrativa, reconocido como uno de los pilares esenciales de la literatura dominicana contemporánea. Premio Nacional de Cuento Julio Vega Batlle, 2016.

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