Ícaro es una figura de la mitología griega que luego de lograr su objetivo, volar para escapar del rey Minos que lo tenía retenido en la isla de Creta, murió.
Su padre Dédalo se las ingenió para fabricar alas para él y su hijo Ícaro usando plumas que unía entre ellas con hilo.
Terminadas las alas las adhirió a su cuerpo usando cera.
Dédalo advirtió a Ícaro volar con prudencia, no ascender tanto que se acercara mucho al sol, porque se podía derretir la cera que pegaba las alas a su cuerpo, ni tan bajo que las olas del mal mojaran las plumas y le impidiera volar.
Ícaro aprendió a vencer el aire y se sintió tan confiado que de manera imprudente empezó a ascender.
Se creyó tan superior que quiso alcanzar el sol, pero ascendió tanto que se derritió la cera y cayó al mar, donde murió ahogado para tristeza de su padre Dédalo.
Lo que fue una acción exitosa, la fabricación de alas, por no saber manejar con prudencia el éxito terminó siendo una tragedia.
Hay quienes mueren de éxito, no solo personas, sino instituciones que, por una soberbia colectiva, se creen capaces de doblegar al sol, pero indefectiblemente terminan sucumbiendo en el mar, como el imprudente Ícaro.