Mi último mensaje a don Radhamés
Mi relación de amistad con Radhamés Gómez Pepín se inició hace más de cuarenta años. Él como el periodista que siempre fue y yo como el militante político de izquierda que siempre he sido.
Las informaciones, las notas de prensa, los artículos de opinión, las denuncias, las consultas de mi parte en busca de sus consejos, sasonaron esa relación.
Aunque en los últimos años los contactos fueron muy esporádicos, nunca disminuyó mi admiración por su estilo de escribir, el interés por sus opiniones; lo traté siempre a la altura de un maestro.
Lo menos que puedo hacer ahora es expresar mi pena y mi aflicción por su partida. Aunque mucho más que papel y tinta le deben los militantes de izquierda de mi generación, a quien siempre defendió nuestros derechos, ante todo el derecho a la vida, aunque más de una vez la vida de él estuvo en juego.
Ejemplo. Andrés Ramos Peguero. Apresado el 19 de agosto de 1971, se le aisló sospechosamente en el Cuartel General de la Policía, institución esta que negaba tenerlo detenido.
Andresito logró sacar una nota manuscrita de advertencia, fechada el 21, y no pensó en otro periodista que en Radhamés, quien publicó fotocopia de la nota y consultó a los doctores Ramón Pina Acevedo y Bienvenido Canto Rosario, defensores de Andresito en una prisión anterior.
Si la hubiésemos recibido nosotros, la hubiéramos dado como las letras semi-cursivas o semi-molde que él acostumbraba a usar, Podríamos afirmar que es la misma, certificaron los dos juristas con respecto a la nota. Estábamos en plena dictadura de los doce años y pese a eso, a Ramos Peguero lo desaparecieron. Pero queda el episodio como una prueba más de la forma en que Radhamés correspondía en casos como ese.
Yo acostumbraba a regalarle un ejemplar cada vez que publicaba un libro. Así lo hice con !El Acuerdo de Santiago”, que acabo de publicar. Se lo envié el lunes 26, a las diez de la mañana, con una expresión de gratitud como dedicatoria.
El mensajero me dijo haberlo dejado en la recepción de “El Nacional”, sin saber yo que ya el viejo maestro se había muerto. Ojalá se lo hayan hecho llegar a doña Cornelia, a Chiqui, Adriana o cualquiera de sus descendientes directos, como el postrer mensaje de reconocimiento a don Radhamés de uno de sus más agradecidos discípulos.
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