En atención a una invitación, el miércoles de la semana pasada acudí a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), mi “alma mater”, a pronunciar una conferencia sobre “Comunicación como herramienta estratégica en tiempos de crisis política”, la cual contó con la asistencia de profesores y estudiantes.
Un estudiante, en la parte reservada a preguntas y respuestas, me preguntó acerca de algo que consideraba aberrante, y que consistía en que el Poder Ejecutivo nunca asigna los recursos económicos suficientes para que la academia cumpla adecuadamente con su rol.
Le respondí con crudeza: la UASD tampoco devuelve a la sociedad lo que el Estado invierte en su operatividad.
Me tomé el tiempo necesario en responder con tranquilidad. Le dije que mientras la politiquería sea su “modus vivendi”, estaba condenada al fracaso.
Incluso lo personalicé, estableciendo que la rectora Emma Polanco había defraudado, porque no ha cumplido con la promesa de sanear las numerosas nóminas de empleados que históricamente han sido el producto de negociaciones que riñen con la transparencia administrativa.
La educación de calidad, ausente en los niveles preuniversitario y superior, con contadas excepciones, constituye la vía esencial para que República Dominicana pueda avanzar consistentemente hacia el desarrollo, generando conciencia social sobre sus objetivos estratégicos, que siempre habrán de estar por encima de los particulares.
esafortunadamente, la educación es manejada como un negocio o una forma de vida.
Actualmente se requiere de compromiso social para promover la meritocracia educativa, posibilitando el logro de avances sustanciales en la calidad de la educación que impacten a todos los estudiantes, independientemente de su procedencia y condición socioeconómica y cultural, creando las oportunidades a los fines de que desarrollen las capacidades competencias y valores que demanda esta sociedad global del siglo XXI.
Conscientes de que no existe la meritocracia educativa en su patria, estudiantes de los que viajan a países europeos y de otras latitudes del mundo, bajo el Programa de Becas Internacionales del Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Mescyt), prefieren quedarse en suelo extranjero.
Hay que crear una visión sectorial transversal que provenga de la interacción entre actores, programas y sectores productivos del país; así como intercambios con otros organismos e iniciativas similares que tienen lugar en otras naciones.
En la educación está la garantía de una vida con calidad, porque facilita un empleo mejor, despierta una tendencia al bienestar, moviliza a las personas al continuo progreso y proporciona las herramientas necesarias para que las personas desarrollen capacidades que, oportunamente, puedan ser aprovechadas para integrarse y aportar activamente en una sociedad basada en el conocimiento.
Otra cuestión a destacar radica en que, por consiguiente, el ejercicio de la democracia y la ciudadanía pasa necesariamente por la educación y la formación en valores morales, convirtiéndose en un instrumento articulador la conciencia ético-social que demanda una sociedad que aspira avanzar de manera sostenida.
El logro de una educación de calidad es, sin lugar a duda, el más importante de los desafíos a superar, a mediano y largo plazo.
Una vez sea alcanzado, estarían dadas las condiciones para que el país pueda afrontar exitosamente la desigualdad social y la pobreza, que, combinadas, traban el desarrollo nacional.
Las autoridades, de los niveles preuniversitario y superior, los sindicatos de profesores y los demás actores, deben entender que para encaminarse hacia la calidad deseada, hay trabajar juntos, fomentando la meritocracia educativa.