"Me vendieron a un proxeneta español por 300 euros"

«Me vendieron a un proxeneta español por 300 euros»

«Me vendieron a un proxeneta español por 300 euros»

Si por un momento pudiéramos imaginar cómo sería nuestra vida si durante las 24 horas del día tuviéramos que estar al servicio del otro, vestir como el otro quiere, comer y dormir"

Amelia Tiganus: «Me vendieron a un proxeneta». La violaron cinco hombres en Rumanía cuando tenía 13 años. Pero en lugar de considerarla una víctima, en su entorno comenzaron a responsabilizarla de la agresión que había padecido y a marginarla. «Me colgaron la etiqueta de ‘puta'», le asegura a BBC Mundo. 

Las mafias que se dedican a la explotación sexual de mujeres la captaron cuando tenía 17 años. La vendieron a un proxeneta español por 300 euros (unos US$340).

Y durante cinco años ejerció la prostitución en más de 40 prostíbulos por toda España, aguantando lo que califica sin ambages como una «tortura», en lugares que no duda en definir como auténticos «campos de concentración».

Pero Amelia Tiganus, nacida en 1984 en Galati, una localidad de Rumanía, no sólo logró sobrevivir a todo eso.

Consiguió además dejar ese mundo atrás y hoy lucha por las que están aún metidas en él o en peligro de caer en sus redes.

Se ha convertido en oradora, escritora y activista por la abolición de la prostitución, en un referente del movimiento feminista en España, donde sigue viviendo. Da charlas en colegios y acaba de publicar «La revuelta de las putas» (Ediciones B), un libro tan estremecedor como necesario.

Usted ha sido prostituta. ¿Durante cuántos años la han explotado sexualmente?

Durante cinco años, desde el año 2002 hasta el año 2007, desde que tenía 18 años hasta los 23.

¿Cómo empezó todo? ¿Cómo se hace una prostituta?

Las mafias que se dedican a la explotación sexual de mujeres la captaron a Amelia Tiganus cuando tenía 17 años.

Después de todos estos años, que son muchos porque yo ya voy para 38, he podido analizar un poquito la trayectoria.

Mientras estaba dentro del sistema prostitucional no pude hacerlo porque creía, porque así se me había hecho creer, que si estaba allí era mi culpa, que era mi responsabilidad porque un día dije «sí» sin tener herramientas para poder analizar y entender en qué circunstancias dije «sí».

Ahora claramente veo un patrón que se repite, no sólo en mi historia sino en la de la inmensa mayoría de las mujeres que acaban siendo prostituidas.

¿Y cuál es ese patrón?

Por un lado está la pobreza.

Pero también la violencia sexual que sufrimos desde edades tempranas y a la que se suma el rechazo social, porque aquí hay una responsabilidad social clara.

Cuando el entorno nos expulsa, nos marginaliza, quedamos en una situación de alta vulnerabilidad en la que tenemos que sobrevivir.

Y en esas circunstancias es muy fácil que seamos captadas por parte de los proxenetas.

En su caso concreto, ¿qué ocurrió?

Yo nací en 1984 en Rumanía, en una familia de clase obrera. Lo digo porque creo que la clase social tiene mucho que ver.

Sin embargo, nada apuntaba a que yo iba a ser que la ‘puta’ de todos y de todas, porque no sólo lo somos de los proxenetas y de los puteros, lo somos de toda una sociedad que prefiere mirar hacia otro lado.

Era una niña muy inteligente, soñaba con ser profesora o médica, y de hecho tenía muy buenos resultados académicos.

Pero todo cambió cuando a los 13 años me violaron entre cinco en un portal volviendo del colegio.

Ese fue el punto de inflexión, el punto en el que cambió mi vida. No sólo por lo que supusieron esas violaciones en sí, la devastación y el trauma, sino también por todo lo que vino después.

¿Qué pasó después de que fuera violada en grupo?

Después vino la reacción del entorno y de la sociedad ante esa agresión.

Es algo que vemos con frecuencia, cuando se pone en duda a la víctima, cuando se la culpabiliza, se la responsabiliza de su situación y se la expulsa y marginaliza.

Yo sufrí un auténtico calvario y al final acabé por abandonar los estudios, porque sufría bullying. La etiqueta de «puta» ya me la habían puesto.

Amelia Tiganus

¿Quiere decir que tras ser violada por cinco hombres su entorno no la consideró una víctima, sino que la culpabilizaron de esa agresión sexual?

Sí, exacto. Eso es algo que, por desgracia seguimos viendo.

Antes de forma más clara, cuando muchos se preguntaban qué hacía en determinado lugar una mujer que había sido violada, cómo iba vestida, por qué no había denunciado, porque no habría escapado… Se trata de poner en duda la inocencia de la víctima.

Yo sufrí eso y, sin encontrar una salida, a los 17 años me empezaron a hablar de la posibilidad de venir a España.

Me decían que podría solucionar mi vida en un par de años, porque ese es el gancho más importante que utilizan los proxenetas: nos dicen que en poco tiempo vamos a poder solucionar nuestros problemas ganando mucho dinero.

No nos dicen que vamos a estar constantemente acumulando una deuda, no nos hablan de las consecuencias tanto físicas como psicológicas como a nivel de salud que va a tener el paso por la prostitución, y además yo era menor de edad cuando me captaron.

En la situación en la que me encontraba, dije «sí». Y si dices «sí», tanto para los proxenetas como para toda la sociedad, eres culpable y te mereces todo lo malo que te vaya a pasar.

No se tiene en cuenta nuestra vulnerabilidad y cómo se aprovechan de esa situación de vulnerabilidad tanto los proxenetas como los puteros, unos para enriquecerse y los otros, los puteros, para divertirse.

Si no me equivoco, usted fue vendida en Rumanía a un proxeneta español por 300 euros. ¿Es así?

Sí, me vendieron a un proxeneta español por 300 euros.

Y no fue una transacción de película, con un secuestro. Simplemente era como un pacto, como algo de lo más normal.

«Mira, te presento a este señor que te va a hacer el favor», me dijeron, porque en todo momento se hablaba de que me estaban haciendo un favor, que estaban cumpliendo con un deseo mío.

«Luego le tendrás que pagar esos 300 euros (unos US$340) más el dinero que cueste el pasaporte, la ropa, el viaje…».

Y así llegué a acumular una deuda de más de 3.000 euros (unos US$3.400) .

¿Consiguió pagarla?

Sí llegué a pagarla, pero con muchísimo esfuerzo.

Porque lo que no nos contaban era que del dinero que íbamos a ganar a través de la explotación sexual teníamos que pagar la deuda pero, además, gastos que supuestamente generan las mujeres que están en prostitución.

Y eso no nos los explican, porque ahí está el gran sistema de explotación.

No era sólo la deuda, sino que además todos los días teníamos que pagar una fortuna por las habitaciones en las que dormíamos hacinadas, por la cocaína y el alcohol al que se nos enganchaba desde el primer día.

Nos la daban para hacernos creer que íbamos a ganar mucho dinero y acabábamos enganchadas para poder soportar el día a día.

Teníamos también que pagar multas por no respetar todo un sistema de normas que había dentro.

Una vez conseguías pagar esos gastos diarios, lo poquito que te podía sobrar lo ibas descontando de la deuda.

Y aunque llegaras a pagarla con mucho esfuerzo, constantemente estabas en peligro de acumularla de nuevo, por ese sistema que nos despoja de todo, no sólo de la humanidad, sino también del dinero que supuestamente ganamos.

La realidad es que la situación de las mujeres no mejora, ni económicamente ni en ningún otro sentido.

En los cinco años que fue explotada sexualmente, ¿en cuántos prostíbulos estuvo en España?

Estuve en más de 40 prostíbulos a lo largo y ancho del país.

¿Y por qué la cambiaban tanto de local?

En primer lugar, por el deseo los proxenetas de tener «mercancía nueva».

Nosotras, las mujeres y niñas, somos la «mercancía», y las «chicas nuevas», «chicas nuevas 24 horas», es el gran reclamo que utilizan a los proxenetas.

Además, los proxenetas trabajan en red y son socios de varios prostíbulos. La gran movilidad de las mujeres prostituidas tiene que ver con tener «culos nuevos», como los propios proxenetas dicen.

Y también lo dicen los clientes. Dicen que para ver el mismo ya tienen a la parienta. Hablan así, con ese profundo desprecio hacia todas las mujeres, tanto hacia sus compañeras de vida como a las que somos las «putas» a las que utilizan como meros receptáculos de semen.

Asimismo, esa movilidad tiene que ver con mantenernos a las mujeres en continuo desarraigo, para que no podamos entablar relaciones más profundas con la panadera o con las propias chicas de los prostíbulos, y estemos constantemente en situación de abandono y de soledad.

Usted llega a definir los prostíbulos como campos de concentración. ¿Por qué?

No sólo yo, muchas supervivientes definimos de ese modo los espacios prostitucionales: los prostíbulos, los pisos, incluso las rotondas o las esquinas de las calles. Sí, son campos de concentración.

Hay muchas personas que me dicen que si al calificarlos de ese modo no estoy banalizando lo que fueron los campos de concentración durante el Holocausto.

No, lo que pasa es que la sociedad no es capaz de entender ni de ver qué es lo que realmente ocurre en los espacios prostitucionales.

Si por un momento pudiéramos imaginar cómo sería nuestra vida si durante las 24 horas del día tuviéramos que estar al servicio del otro, vestir como el otro quiere, comer y dormir cuando nos dejen…

Ponernos en fila cada vez que llegue un putero para que escoja, tener que aguantar aquello que fuera de la prostitución se considera agresión sexual, soportar comentarios humillantes relacionados con nuestro aspecto o con aquello que nos van a hacer…

Y luego hacer fila para entrar a las habitaciones para ser penetradas, donde la repetición durante horas se convierte en un acto de tortura. Y tener después que dormir hacinadas en esos mismos colchones.

Todo eso para generar dinero, muchísimo, para el crimen organizado, para los proxenetas y para satisfacer a quienes consideran ocio y diversión que se siga ejerciendo violencia sexual sobre las mujeres.

Porque mientras avanzamos a través de la lucha feminista, de la lucha de las mujeres, para conseguir un mundo mejor, hay hombres que no quieren escuchar un «no».

Y lo que hacen es comprar un «sí» a los proxenetas que utilizan a las mujeres como mercancía.

Libro
Con su libro «La revuelta de las putas. De víctimas a activistas» Amelia se ha convertido en un referente del movimiento feminista en España.

¿Cuándo y por qué decidió salir de ese mundo?

A lo largo de los cinco años que estuve prostituida siempre tuve muy presente el deseo de salir.

De hecho, me escapé a los tres meses del primer proxeneta. Pero al no tener a dónde ir ni saber qué podía hacer me quedé atrapada en ese sistema.

A lo largo de esos cinco años intenté varias veces salir, y en una tuve éxito.

Lo que ocurrió es que después de cinco años siendo prostituida colapsé. Ya había dado todo lo que podía dar.

Los propios proxenetas dicen que la vida útil de una prostituta es de dos a tres años, que después de ese tiempo queda inservible.

Sobre todo porque tenemos que hacer el papel de la «puta feliz»: no sólo tenemos que someternos para sobrevivir, sino que encima lo tenemos que hacer con una sonrisa en la boca, que es lo más perverso.

Después de esos cinco años yo colapsé, simplemente ya no podía seguir haciendo ese papel. Al último con el que estuve le mordí el labio, porque me quería besar.

Después de ese episodio me quedé sentada en una silla. No podía pensar, estaba absolutamente paralizada, pero lo que sabía era que no quería que me tocaran más.

Después de una semana acumulando deudas, porque todos los días había que pagar todos esos gastos no implícitos de los que ya he hablado, los proxenetas dueños del prostíbulo me invitaron a irme porque me dijeron que aquello no era una casa de beneficencia.

¿Y a dónde fue?

En ese momento la única forma que encontré de salir —y por desgracia es la única forma para muchas mujeres— fue a través de un putero.

Le pedí que me llevara a su casa y que a cambio podía tener sexo gratis conmigo. Porque las mujeres prostituidas es lo único que tenemos, el cuerpo madre.

A los tres días encontré un trabajo de camarera.

Fue muy dura esa vuelta a la vida laboral. Yo llevaba cinco años en España, pero realmente no conocía nada más allá de las estaciones de tren o de autobús y de los propios prostíbulos. No conocía el mundo exterior.

Incluso me daba miedo la luz del día, las voces, las risas de los niños… Absolutamente todo me daba miedo.

No estaba acostumbrada a ese mundo.

Usted sostiene que las mujeres no ejercen la prostitución. ¿Quién la ejerce?

La prostitución la ejercen los proxenetas y los puteros. Las mujeres simplemente somos tratadas como mercancías, como objetos desechables, utilizables y desechables.

Creo que es importante hablar en estos términos para poner el foco en quien realmente comete esta injusticia y trata de la peor manera posible a las mujeres y a las niñas que más y más atención necesitamos.

Con el pasar de los años, usted se ha convertido de explotada sexual a activista contra la prostitución.¿Cómo ha recorrido ese camino?

Ha sido un camino que he recorrido paso a paso.

A la gente le encanta creer que existen los héroes y las heroínas, que surgen de la nada con una capa y que todo lo pueden.

Pero la realidad es que ese camino tiene mucho que ver con el entorno con el que me he topado y los lazos que he podido crear con toda esa gente que ha sabido desde el primer momento ver en mí algo más que un cuerpo.

Gente que ha confiado en mí, como quienes fueron mis jefes en el restaurante donde trabajé durante 11 años como camarera o mi pareja, que hoy en día es mi marido.

Supieron cuidarme, creyeron en mí y me ofrecieron esa oportunidad que cambió radicalmente mi vida.

Protesta de prostitutas en España
Ayudas económicas, acceso a la vivienda, formación, terapia, trabajo…. Es lo que lo exigimos para las mujeres que están en prostitución»
 

Tomé la decisión de convertirme en activista cuando primero descubrí el feminismo y, al poco tiempo, a Sonia Sánchez, una activista argentina por la abolición de la prostitución que también fue explotada sexualmente durante su tierna juventud.

Tener ese referente me dio el impulso de decir: «Quiero ser como Sonia Sánchez. Yo también puedo hacer lo que ella».

Y también pensé que así podía focalizar todo el dolor que me producía no sólo mi vida, sino también el pensar que todos los días hay niñas que sueñan con ser profesoras, médicas, peluqueras o astronautas, que tienen sueños y deseos, y que son convertidas en ‘putas’ a través de la violencia sexual, de la discriminación.

En sus países no se garantizan los derechos humanos y acaban siendo convertidas en una mercancía de esta gran industria criminal que es la de la explotación sexual.

Mueve la economía global y es crimen organizado.

Usted está a favor no de que se prohíba la prostitución, sino de abolirla. ¿Cuál es la diferencia?

Sí. Hay un matiz muy importante.

El modelo que prohíbe la prostitución simplemente lo que pretende es que no se vea y persigue y castiga a todos los actores del sistema prostitucional.

Es así en la teoría, porque en la práctica son las mujeres las que acaban siendo perseguidas, multadas y en muchos países incluso encarceladas.

El abolicionista se diferencia en que pone en el centro los derechos humanos de las mujeres, a las que considera víctimas.

Por lo tanto, exige que no se las persiga ni se castigue, y que además se las dote de derechos.

Nosotras entendemos por derechos ayudas económicas, acceso a la vivienda, formación, terapia, trabajo…. Es lo que lo exigimos para las mujeres que están en prostitución y para las que están en peligro de caer en ella.

Hay muchísimas mujeres, cada vez más, en situación de alta vulnerabilidad, y no es justo ni ético decirles que, como son pobres, no tienen nada de comida que poner sobre la mesa o no tienen con qué pagar sus facturas, pueden ganar dinero siendo utilizadas por hombres a los que les sobra el dinero.

Lo que sí que hay que perseguir son todas las formas de proxenetismo.

Y hay que educar a las generaciones más jóvenes y a los profesionales de todos los ámbitos sobre esta realidad, para que tomen conciencia de que las mujeres en prostitución somos personas y no cosas.

También pedimos que se multe a los puteros, porque entendemos que son agresores sexuales que no deberían tener ninguna legitimidad, mientras que la realidad es que son incluso los propios Estados los que les permiten que accedan al cuerpo de mujeres que no los desean sexualmente.



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