En la entrega pasada sostuvimos que los expedicionarios de la “Raza inmortal”, de junio de 1959, estuvieron impulsados para actuar, cuando actuaron, más por un sentimiento ético que por un sentido de oportunidad.
Este mismo punto de vista me permito hacerlo extensivo a las gestas encabezadas por Manolo Tavárez en 1963 y por Francisco A. Caamaño Deñó en 1973.
Respecto a la guerrilla de Manolo, comparto el planteamiento expuesto por Rafael Chaljub Mejía en su libro “Manolo” (Cincuenta años después), en el sentido de que “lo ético y lo moral pesaron más que cualquiera otra consideración en los cálculos del líder y su partido al momento de tomar las grandes decisiones (pág. 64, 2013). Solo desde un marco ético, encadenado a la palabra empeñada, puede comprenderse la acción guerrillera de 1963, dentro de las circunstancias en que se produjo.
Sobre los participantes y las circunstancias de su preparación, José Daniel Ariza Cabral, sostiene en “Testimonios de un combatiente revolucionario”, lo siguiente: “Eran numerosos, pero muchos nunca les habían puesto la mano a un arma… Aptos para la lucha habíamos aproximadamente siete u ocho” (primera edición, 2014 (pág. 217, Archivo General de la Nación).
Sobre los entrenamientos o preparativos de la guerrilla de Caamaño es mucho lo que se conoce sobre las separaciones, dificultades y posposiciones.
La decisión de llegar en los días de la primera semana de febrero de 1973 se produjo sin que quienes se supone debían ser base de apoyo en el país lo supieran. Me refiero a los Corecato-Comandos de la Resistencia.
Recuerdo que el ya fenecido Miguel Cocco, apenas unas 6 o 7 horas después del desembarco de Caamaño se apersonó a la Universidad y me dijo, en mi condición de responsable del grupo estudiantil universitario de la organización, que el comandante “Román” había llegado, sin que se supiera con anterioridad de esa llegada, y que comunicara a los demás compañeros tomar las necesarias medidas de seguridad.
Soy de los que cree que solo la existencia de un firme aliento moral explica la decisión tomada en el momento en que se produjo.
Otro tanto hay que decir sobre las circunstancias aciagas en que cayó otro héroe de la patria, el coronel Rafael T. Fernández Domínguez, en el transcurso de la guerra de abril del 65, y que a mi juicio fueron motorizadas por el mismo impulso ético de los acontecimientos anteriores.
Este impulso ha cobrado caro al movimiento patriótico dominicano, teniendo como una de sus más graves consecuencias la sensible reducción del liderazgo nacional-popular (en tiempos tan difíciles como los actuales).
Grande ha sido el tributo de nuestros héroes, al tiempo que grande ha sido el ejemplo de entereza moral dado por ellos a nuestros jóvenes y a todas las generaciones por venir. Niños, jóvenes, mujeres y hombres, reconozcamos ese decoroso ejemplo.