La medicina, en su esencia, nace de una vocación: salvar vidas, aliviar el dolor humano y servir. A lo largo de la historia, esta disciplina ha evolucionado en paralelo a los contextos socioculturales, tecnológicos y económicos. Hoy, en la era digital, enfrentamos una nueva encrucijada: la integración de tecnologías como la inteligencia artificial, la digitalización y el marketing en el ámbito clínico.
¿Pero estamos realmente innovando o, en nombre de la visibilidad, estamos desviándonos del propósito original de la medicina?
Como máster en neuromarketing y experta en comunicación en salud, observo con preocupación cómo los principios neurocientíficos que explican el comportamiento humano están siendo utilizados, en muchos casos, para exacerbar el ego profesional, más que para mejorar la relación médico-paciente.
El cerebro humano, al estar expuesto constantemente a estímulos dopaminérgicos en redes sociales, asocia fácilmente “fama” con “credibilidad”. Este sesgo cognitivo puede llevarnos a priorizar métricas de vanidad sobre resultados clínicos, desvirtuando la verdadera construcción de un prestigio profesional, que debe basarse en coherencia ética, capacitación constante y autenticidad.
El neuromarketing, bien aplicado, no busca manipular, sino conectar. Nos permite comprender cómo el paciente procesa la información, qué elementos generan confianza, cómo el entorno influye en la percepción de seguridad, y qué tipo de mensajes activan zonas cerebrales asociadas al compromiso, la empatía y la adherencia al tratamiento.
Un acto ético
Parafraseando a Hipócrates, “donde hay amor por la humanidad, hay amor por el arte de curar”. La comunicación en salud, al igual que la medicina, debe ser un acto ético, responsable y humano. No se trata de “venderse” en redes sociales, sino de comunicar con propósito, educar desde la evidencia, y construir autoridad profesional a través de la coherencia entre lo que se sabe, se hace y se dice.
Uno de los mayores beneficios del auge de las plataformas digitales es la posibilidad de abrir puertas a la educación e información, porque la información es poder, y un paciente comprometido con su proceso y bien educado muestra mejor adherencia al tratamiento; además de que con esta práctica abonamos terreno a un sistema de salud más resiliente, ético y humano.
Las plataformas digitales pueden y deben convertirse en canales de educación, conciencia y orientación para el paciente.
Pero para lograrlo, necesitamos formar al personal de salud en habilidades comunicativas, implementar estrategias de marketing que respeten los principios del profesionalismo clínico, cuidar en qué manos se deja la gestión de los canales digitales de una marca de salud, y dejar de ver al marketing como algo superficial o ajeno.
Mi llamado es a regresar a la base: a la ciencia, a la ética, a la coherencia. No construimos reputación profesional solo filtros y diseños llamativos, sino con vocación, con actualización continua y con compromiso social.
El real valor
— No banalizarla
El marketing médico no debe banalizar la profesión, sino exaltar su valor, conectar emocionalmente con los pacientes, fortalecer la experiencia asistencial y convertirnos en referentes que inspiren confianza.
*Por Diana Santaguiliana