3.- Teoría de las ventanas rotas. Espero que recuerden el Metro de New York, en la década de 1980. Aquel lugar de la ciudad estadounidense se había convertido en el punto más peligroso, con pequeñas transgresiones: graffitis, suciedad de las estaciones, ebriedad entre el público, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. El delito se hizo cada vez mayor en las zonas descuidadas, sucias y maltratadas.
En 1969, en la Universidad de Stanford, el profesor Philip Zimpardo llevó a cabo un experimento de psicología social: dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, en marca, modelo y color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York; el otro, en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California.
El primero fue vandalizado en pocas horas; en cambio, el segundo permaneció intacto. No se perdió la radio, no fue tocado ni destruido. Para reforzar su teoría, el vehículo de Palo Alto, fueron rotos los cristales, así daría una señal más clara de abandono.
Este experimento lo desarrollaron James Q. Wilson y George Kelling, y lo llamaron la ‘teoría de las ventanas rotas’, mismo que desde un punto de vista criminológico concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.
En 1993, el alcalde de New York, Rudolph Giuliani, la utilizó en un momento en que esa metrópolis era vista como la capital del crimen. Logró comprobar que el tolerar a los transgresores de la ley genera un ambiente propicio para la comisión de delitos, cada vez más graves.
La teoría de las ventanas rotas parte de la premisa de que el desorden y el crimen se encuentran ligados de forma intrínseca. «Si en un edificio se deja sin reparar una ventana rota, esto invita a que se rompan las demás ventanas». Esto, al final, atenta de forma progresiva contra el orden en toda la comunidad.
Si la República Dominicana, “reconceptualiza” el servicio policial basado en esta premisa de las ventanas rotas, es posible que surja la necesidad de mantener una comunicación directa y permanente con la comunidad, para obtener primero su confianza y luego conseguir información de primera mano que destruya enquistadas actitudes de los delincuentes, y se pueda mejorar la seguridad de los barrios.
Esta teoría ha contribuido a los modelos de Policía comunitaria, de proximidad, de cuadrante, de Gestión de policía, entre otras acepciones, ya asentada en muchos países, con el modelo de trabajo policial que recusa de la actuación coercitiva y enfatiza la acción preventiva y proactiva, como la alternativa más viable para enfrentar con éxito el incremento de la criminalidad y la violencia, particularmente la proliferación de los delitos menores cuyo origen es, ante todo social, antes que penal.
Si queremos cambiar la cultura policial, debe haber una mejoría del barrio y una actitud positiva hacia el servicio que ofrecen; hay que hacer hincapié en la atención al público que acude a los destacamentos por denuncia y por orientación de resolución de problemas. Allí queda revelado el caos del barrio y la respuesta inmediata frente a los requerimientos ciudadanos.