Los migrantes haitianos que República Dominicana está obligando a regresar a su país pese a la oleada de violencia que vive la nación caribeña

Los migrantes haitianos que República Dominicana está obligando a regresar a su país pese a la oleada de violencia que vive la nación caribeña

Los migrantes haitianos que República Dominicana está obligando a regresar a su país pese a la oleada de violencia que vive la nación caribeña

Cientos de haitianos indocumentados son devueltos diariamente a su país.

En el cruce fronterizo de Dajabón, entre República Dominicana y Haití, hay un flujo constante de camiones que transportan inmigrantes haitianos indocumentados, quienes están siendo deportados a su país de origen.

Los envían de regreso a una nación sumida en su crisis humanitaria más aguda desde el devastador terremoto de 2010, que mató a cientos de miles de personas.

«Estuve en República Dominicana durante tres años», gritó el trabajador de la construcción Michael Petiton. «Entraron a mi casa y me sacaron de mi casa».

Trabajó duro, insistió, tomando empleos que la mayoría de los dominicanos no querían. Ahora está de regreso en Haití con sólo la ropa que llevaba puesta y algunas herramientas que logró rescatar en una mochila.

La ya precaria situación de Haití se ha deteriorado rápidamente en las últimas semanas cuando grupos criminales lanzaron ataques coordinados contra instalaciones clave del país para forzar la renuncia del primer ministro.

Se estima que más de 350.000 personas han sido desplazadas internamente en Haití. De ese total, más de 15.000 en la última quincena.

Y aquí en el cruce fronterizo, las autoridades dominicanas han estado devolviendo a cientos de haitianos indocumentados todos los días.

Los soldados dominicanos abren las puertas de hierro forjado, ordenan que salgan por docenas y los envían a través del río Masacre hacia Haití.

Algunos de los inmigrantes están furiosos y gritan indignados en español y creole. Otros están resignados, con sus hijos o algunas posesiones en brazos.

El mensaje que parece estar enviando República Dominicana es que, por muy mal que se pongan las cosas en casa, los haitianos no deben buscar refugio en territorio dominicano.

Una catástrofe humanitaria

Haitiano deportado
Pie de foto,Michael Petiton lleva años trabajando en República Dominicana.

El mes pasado, el presidente del país, Luis Abinader, exigió en una comparecencia ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en Nueva York que la comunidad internacional intensifique la ayuda a Haití y despliegue allí una fuerza multinacional.

Instó a la ONU a «luchar juntos para salvar a Haití», pero advirtió que si no llega ayuda, su país «luchará solo para proteger a República Dominicana».

Cuestionado la semana pasada sobre la posibilidad de recibir a haitianos que huyen de los disturbios, Abinader descartó categóricamente aceptar campos de refugiados en suelo dominicano.

Quienes regresan a Haití se enfrentan a una incertidumbre real.

«La situación actual en la capital, Puerto Príncipe, es una catástrofe humanitaria para sus tres millones de habitantes, y más específicamente para las mujeres y las niñas», afirmó el representante del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Haití, Philippe Serge Degernier.

La violencia generalizada de las pandillas ha obligado a muchos hospitales a cerrar, mientras que otros no funcionan porque los grupos criminales retienen el combustible y los suministros médicos esenciales para seguir operando.

Degernier le dijo a la BBC que sólo uno de los 15 hospitales que su organización apoya está funcionando actualmente.

«Están abrumados», dijo. «Hemos estimado que unas 3.000 mujeres no tendrán acceso a la maternidad para dar a luz a menos que la situación se calme pronto».

Un vacío de poder

Disturbios en Puerto Príncipe, Haití

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,Aún no se ha formado un consejo de transición presidencial.

Había esperanza de que pudiera restablecerse cierto grado de calma después de que el asediado primer ministro, Ariel Henry, finalmente dimitiera tras la presión diplomática y el derramamiento de sangre.

Si bien la violencia ha disminuido un poco desde que Henry renunció el lunes, pocos tienen dudas de que podría volver a estallar en cualquier momento.

La crisis de Haití es mucho más profunda que la renuncia de un hombre. A principios de esta semana, el Departamento de Estado de Estados Unidos dijo que esperaba que se estableciera un consejo de transición presidencial dentro de dos días.

Todavía hay pocas señales de que se concrete.

Más bien, hay un vacío de poder donde se supone que debería estar el gobierno haitiano, y profundas divisiones sobre quién debería ocupar un puesto en una administración interina.

Entonces, si bien la mayoría de la gente en la capital, Puerto Príncipe, se alegró de la renuncia del exprimer ministro, muchos lamentan la falta de un sucesor claro.

«La dimisión de Henry es algo bueno, no estaba haciendo nada bueno para el país», dijo a la agencia de noticias AFP la señora Benjamin, vendedora de un puesto. «Ahora debemos unirnos para sacar a Haití de este estancamiento».

«Ariel Henry fue el mayor obstáculo que tuvimos. Tenía que irse», añadió Emmanuel, otro residente. «Pero deberíamos haber tenido un plan adecuado para reemplazarlo».

La violación como arma de guerra entre las pandillas

Haitianos deportados
Pie de foto,«A menudo atacan mujeres», dice Philippe Serge Degernier.

El principal líder de los grupos criminales que operan en el país, Jimmy «Barbecue» Chérizier, habría criticado el acuerdo que establece la creación de un consejo de transición y se especula con que las pandillas pedirán una amnistía por la violencia que han protagonizado.

Jimmy Chérizier bien puede tener planes de convertirse él mismo en el líder de Haití, al igual que muchos otros con pasado criminal y credenciales cuestionables.

Sin embargo, para el representante del Fondo de Población de las Naciones Unidas en Haití, en la crisis actual se ha pasado en gran medida por alto un aspecto horrible de la violencia: las bandas criminales están utilizando cada vez más la violación y el abuso sexual como armas de guerra.

A menudo atacan a mujeres que viven en zonas controladas por sus rivales o incluso en su propio territorio como forma de sembrar el miedo.

«El año pasado, más de 5.000 mujeres fueron violadas o víctimas de abusos sexuales y, lamentablemente, esto es una parte muy pequeña del iceberg», explica Degernier.

La mayoría de las veces las mujeres no se atreven a ir al hospital para recibir tratamiento, afirma, por miedo a represalias, que «a veces pueden incluir incluso el asesinato».



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