Los censos precedentes sirven para entender el más reciente

Los censos precedentes sirven para entender el más reciente, del 2022

Los censos precedentes sirven para entender el más reciente, del 2022

Una avenida o autopista atestada de vehículos de motor al punto de la paralización era impensable hace cien años.

SANTO DOMINGO.-La trasformación de la vida dominicana tiene muchas facetas, así que puede ser enfocada desde ángulos diferentes a partir de los resultados de uno o varios censos. Y como hasta aquí el aspecto demográfico ha sido puesto en el centro, hagamos un cruce a otro conjunto de datos y veamos.

De una publicación de la Oficina Nacional de Estadísticas del pasado año 20, Los censos dominicanos, tomamos de la página 48 armado con la actividad principal de la población censada de 10 años o más (Pág. 48).

Para el año 60 del siglo pasado, que es de donde parte, el 61 % estaba dedicado a la agricultura, caza, pesca y silvicultura (cultivo y explotación de bosques); para el censo del año 81 este porcentaje había bajado a 22 %, en el del año 93 a 15 %, en el del 2002 a 5 % y para el del año 2010 subió a 10 %.

Como se puede apreciar, la actividad principalmente vinculada a la vida campesina había caído como por un tobogán hasta el año 2002 y para el censo siguiente, el de 2010, repuntaba. Parejo con esta caída encontramos el crecimiento de la actividad comercial, hoteles y restaurantes.

El censo del año 60 del siglo pasado halla a un 7 % de la población dedicada al comercio y afines. El censo del año 81 muestra un 11 %, el del año 93 el 12 %, en el 2002 ascendía al 16 % y para el último, el de 2010, era de 28 %.

Cambia el perfil
Cuando la población era campesina, de menos de un millón de habitantes, la agricultura y afines eran predominantes. Con el cambio paulatino de los emplazamientos del campo a la ciudad, surge el comercio y los servicios como la principal actividad productiva.

En este punto también se hace notable el movimiento creciente de la actividad “industrias manufactureras”. El censo del año 60 del siglo pasado recoge un 8 %, pero sube para el año 1981 a 12 % y a 14.5 % en el censo del año 93, baja a 10 % en los resultados del 2002 y sube a 11 % en los del año 2010.

La realidad dominicana es mucho más compleja que el paso del campo al pueblo y el abandono de la agricultura y afines por el comercio, servicios e industria. La escolaridad ha avanzado desde el punto de la dupla analfabetas—alfabetizados y de la simple capacidad de leer y escribir el nombre a la formación profesional, pero estos cambios no implican la adopción de las normas como facilitadoras de la convivencia.

Del censo del año 1950 extraen los editores de Censos dominicanos (Pág. 42) un 62 % de analfabetismo. Para entonces pesaba a plenitud sobre los dominicanos la administración de Trujillo, una dictadura establecida en 1930 al calor de una tasa de analfabetas más elevada que la de 1950.

Diez años después encontraron que los analfabetos habían caído hasta el 34 %. Visto desde el otro ángulo, implica el 66 % de alfabetizados y para entonces el nivel de escolaridad había empezado a elevarse.

Los riesgos
Parece común que a un pueblo ignorante se le gobierne con el garrote, como había ocurrido con el dominicano, que vivió la secuencia Lilís—Mon—Marines de USA—Trujillo, y así mismo se asimila el gobierno liberal, o sobre la base de reglas democráticas, con educación, razonabilidad y normas comunes de convivencia.

¿Qué ha pasado? ¿Vive el pueblo dominicano en riesgo por su renuencia a la vida normatizada? Un censo no revela esta marcha sobre el filo de la navaja, pero permite la extracción de conclusiones en esa dirección.

El censo del año 2010 encuentra un 87 % de alfabetización y es de suponer que el del pasado año 22 muestre algún avance en esa dirección. Y si es así, el Estado a través de la Administración está ante la oportunidad de orientar la escuela hacia la civilización, es decir, profundizar, no sólo extender la formación del dominicano.

El hambre hoy
Muchos dominicanos, acaso tantos o más que en los días en los que José Ramón López escribía su grito sobre la alimentación, viven el hambre. Pero muchos otros —millones— viven al margen del ayuno y no es una exageración escribir que tiran la comida.

Las sobras de los platos forman toneladas en sus casas y en los restaurantes, de los refrigeradores y desde las alacenas salen montones.

Algunos viven esta realidad por la ignorancia, porque nunca han oído decir que el dominicano vivía con lo mínimo, como lo describe López y como lo hace Ramón González Tablas en Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo al referir la pobreza antes de La alimentación y las razas:

“El soldado dominicano no conoce el uniforme, se presenta como estaba en sus tareas, que generalmente es destrozado, descalzo y por todo morrión un mal pañuelo atado a la cabeza.

Mucho menos conoce el uso del correaje ni de la mochila; gasta una especie de esportilla, que llama macuto, que con una cuerda a modo de asa cuelga del hombro izquierdo. En aquella especie de zurrón o morral, lleva todo su ajar de campaña; el tabaco, la carne, los plátanos, alguna prenda de ropa, si por casualidad tiene, y los cartuchos; todo va allí revuelto” (Bibliófilos, 1974).

Población que crece

9.5 millones de habitantes.
La cifra del censo precedente, el del año 2010. Ahora somos 10.7 millones.

Otra economía, otra sociedad, otro paisaje

Avances. La transformación experimentada por la sociedad dominicana ha generado, al nivel de élites intelectuales, una valoración optimista que en el caso del historiador Frank Moya Pons puede ser considerado “híper” —un gran optimismo— como lo deja ver en “El gran cambio, la transformación social y económica de la República Dominicana, 1963—l2013”.

Es un libro de colección en el que muestra, como en una vitrina bien iluminada y colorida, los frutos de la transformación operada en el país al calor de la apertura tras la caída de la dictadura.

En este escaparate encontramos el crecimiento económico en 50 años, la explosión demográfica, lo urbano y lo rural hoy, las vías y los medios de comunicación, cambios económicos, culturales y sociales… La revolución, en fin.

Poco más de cien años después de la publicación de La alimentación y las razas, de José Ramón López, el gran pesimista, Moya Pons mueve su pluma para mostrar un enfoque opuesto 180 grados.