
Cuando se tiene a la vista la secuencia de casos de corrupción, real o supuesta, aportada desde la opinión pública, los activistas y la política, la inclinación del ánimo puede ser a plantearse si las finanzas públicas dan para tanto, ¿cómo son posibles los presupuestos con déficit superiores al 3 % de año en año?
Si con todos los gobiernos pasa lo mismo, corregir la corrupción debe ser suficiente para invertir, socorrer y apalancar a emprendedores con ideas concretas para el fomento de las exportaciones.
Esta secuencia de denuncias tiene, sin embargo, otra vertiente de probabilidades, sin que sea dado saber cuál de todas será la más dañina para el ánimo colectivo.
Una de ellas, el peso del pesimismo en los dominicanos que quisieran sentirse parte de un pueblo decente, pero que se ven obligados a vivir rodeados de gente con malas costumbres.
Otra, el lamentable descrédito de la política, con la que hay que contar para el gobierno apropiado de una sociedad democrática llamada a propiciar la amplia gama de las aspiraciones y las inclinaciones de los individuos de manera equilibrada, sin menoscabo de la moral social y la autoridad que otorga la honradez.
Pero también, el extendido sentimiento de que la denominada “lucha contra la corrupción” es una causa perdida, no importa quién la promueva o la encabece.
La prevención puede ser incómoda, pero saludable. Ahora bien, llevarla adelante con un 32 % del Presupuesto envuelto en contrataciones públicas y tratando con más de 120 mil proveedores, la tarea puede llegar a ser compleja.
Según Carlos Pimentel, el titular de la Dirección General de Contrataciones Públicas, es preferible la prevención, pero esto acaso sería posible con una vigilancia electrónica plena sobre la base de aplicaciones informáticas.
Un control electrónico de la corrupción, sin amigos ni enemigos.