¿Y si nuestra condición de humanos proviene del exterior y no del interior? La modernidad, fundamentada por el pensamiento cartesiano, se apoyó en la conciencia de sí de cada sujeto, y desplegó un pensamiento fundamentado en el ego y su posterior injerencia en el mundo mediante el cálculo de las ventajas para el dominio de los otros y la acumulación de riquezas.
Más de un siglo antes que Descartes (1637) formulara su propuesta egocéntrica, en Santo Domingo (1511) un grupo de frailes dominicos confrontó el dominio español sobre los taínos argumentado que ellos eran seres humanos y por tanto no podían ser explotados laboralmente y mucho menos esclavizados.
Pero el argumento de Montesinos se mantiene en el contexto de que la conciencia de si partía del interior de la conciencia de los españoles y los retaba a cambiar su perspectiva de la naturaleza de los aborígenes. Era un llamado a la conversión de sus mentes y sus corazones. Lamentablemente ese llamado no llegó a los africanos esclavizados que ya llegaban a nuestra isla.
Previo al reconocimiento de los otros debemos preguntarnos sobre si somos humanos por las condiciones genéticas de nuestra naturaleza como especie o es fruto de un impulso exterior a cada individuo, de un llamado que nos convoca a despertar.
Al nacer somos tábula rasa, como afirmaban los empiristas del siglo XVII, no como suponía Platón que nacíamos con ideas provenientes de una existencia anterior. Por supuesto, si no tuviéramos las precondiciones para aprender una lengua y ser educados en una cultura, con capacidad para transformar nuestros entorno, no podríamos ser humanos en su sentido pleno.
A la vez, si un niño o niña recién nacida no se le cuida, se le brinda afecto y se le enseña, no solo será incapaz de desarrollar talentos, sino que incluso moriría, ya que somos una especie donde nuestros vástagos demandan cuidado por varios años para poder existir con cierta autonomía.
Quien nos humaniza es nuestra madre -o quien(es) funge(n) ese rol de cuidado- y no solo nos alimenta y nos brinda afecto, sino que estimula nuestras posibilidades para comunicarnos e ir desarrollando el pensamiento. Somos humanos porque otros humanos nos han humanizado, y no solo en esa etapa primera, sino a través de toda nuestra existencia. Vivimos insertos en una comunidad. Somos una especie animal de vida comunitaria, de sobrevivencia comunitaria, de comunicación y libertad en sociedad.
Lo que pensamos, lo que creemos, lo que aspiramos, es fruto de esa forja. Y cada vez estamos más seguros de que las virtudes y patologías que desarrollamos -en su mayoría- son el resultado de como nos criaron.
Por supuesto llegado un momento en la vida, y cultivada una actitud reflexiva, podemos cuestionar muchas de las cuestiones en que fuimos formados: prejuicios, creencias, adicciones, temores, etc. Podemos trascender lo que hemos recibido, para bien o para mal, pero nunca es, ni por asomo, la mayor parte de lo que somos. Razón tiene Sartre al afirmar que somos lo que hacemos con lo que nos hicieron.
Una de las consecuencias esenciales de esta perspectiva es que frente al otro se impone su escucha y cuidado, hasta donde sea posible, porque desde el origen de nuestra humanidad personal hemos sido llamados. Todas las formas de dominio sobre los otros van en contra de nuestra naturaleza humana.
Estamos movidos a ocuparnos de los otros y cuidarlos, sí respondemos a lo de humanos que somos, eso es lo que denominamos amor al prójimo. Odiar al otro es desnaturalizar lo que somos.