¿Literatura sin ficción?

¿Literatura sin ficción?

¿Literatura sin ficción?

¿Qué motiva al autor de “Para leer ‘Nadja’, de André Breton” (Bangó, 2018) a publicar el estudio académico, luego de cinco lustros? Primero están los valores intrínsecos del relato mismo, que, partiendo de los cuestionamientos a la literatura convencional, y particularmente a la novela, planteados en el primer “Manifiesto del surrealismo” (1924), lo presenta como alternativa, como diferenciación y como ideal o esperanza (Nadja significa, en ruso, “el principio de la palabra esperanza, y precisamente porque es solo el principio”, dice el propio Breton) de un arte de novelar superador de las trabas de las novelas del naturalismo y el romanticismo precedentes; con todo y que “Nadja” no pretenda ser, en efecto, una novela.

Segundo, Manuel García Cartagena revela que su interés en la publicación se asocia al auge reciente de la llamada literatura sin ficción, aunque dista, por sospecha o confrontación, de los postulados que, en esa dirección, y en particular, la de acercar el periodismo a la literatura (¿o sustituirla?), llevan consigo autores como Poniatowska, Volpi, Millás, Muñoz Molina o Cercas.

De hecho, estos autores, en especial los españoles, hablan de la literatura más allá de la literatura o de la posficción.

Se trata, plantean los escritores, de una literatura que deja de inventar, convencidos de que en la realidad se agazapan relatos mucho más insólitos y estremecedores que los que un autor podría inventar, cómodamente instalado en su despacho o en su refugio creativo.

De esta forma tocan una característica esencial de esta literatura que renuncia deliberadamente a la ficción: su compromiso con lo real.

Para el narrador en primera persona del singular que nos presenta “Nadja”, el relato de Breton, en cambio, los hechos son apariencias de una señal, sin que pueda decirse de qué señal se trata, aunque pertenezcan al orden de la comprobación pura.

Al referirse a la experiencia que contará, el autor sustenta: “Hablaré de ello sin un orden previo y según el capricho del momento que deja sobrenadar lo que sobrenada”.

Este es un factor básico en el automatismo psíquico de que se alimenta la creación surrealista y que dista del apego al dato, a la información, al hecho de que se vanagloria la posficción o la literatura sin ficción.

Además, como lo argumenta García Cartagena en base al manifiesto surrealista de 1924, es significativo en Breton su interés en la construcción de un sistema de conocimiento poético, fundamentado en la supremacía de la creencia frente al conocimiento. De esta forma, el surrealismo impone la libertad de lo irracional y psíquicamente inconsciente por sobre la racionalidad positivista.

Breton atribuye a la actitud materialista una mayor cuota de poesía que a la actitud realista. La primera tiene el mérito de reaccionar contra ciertas risibles tendencias del espiritualismo, además de no ser incompatible con cierta elevación intelectual. Asimismo, aduce que: “Contrariamente, la actitud realista, inspirada en el positivismo, desde Santo Tomás a Anatole France, me parece hostil a todo género de elevación intelectual y moral.

Le tengo horror por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia”. Cuestiona el hecho de que esta actitud se nutra de noticias periodísticas. Serán siempre más importantes los sentimientos que el deseo de análisis. Breton y el surrealismo llaman a subvertir el imperio de la lógica, para dar más espacio a la acción de la superstición o quimera.

Más allá del auge que la literatura sin ficción, especialmente en el relato o la novela, haya logrado en la actualidad, nada más distante del surrealismo que pretender el dato real como base de la imaginación. Lo onírico ocupará se lugar.



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