Cada día que pasa tenemos infinidad de opciones para ser felices o infelices. Muchas veces no sabemos distinguir entre una y otra y andamos curando las heridas a medida que nos chocamos con la pared de resultados, fruto de nuestras decisiones.
En fin, se nos dice que esa es la vida.
Muchas veces nos enfrascamos en viajes que sabemos la ruta, escalas y turbulencias del trayecto, aún así subimos al barco, izamos las velas y nos lanzamos a la mar, pues entendemos que somos marineros expertos y que podremos lidiar, enfrentar y resolver cualquier inconveniente.
Y con esta conducta se han logrado los más grandes descubrimientos y muchas personas, que no se han dejado intimidar, han logrado sus metas.
Así que pensamos que la ley de la relatividad se manifiesta en todo su esplendor en cada instante de nuestras vidas.
Este pensamiento es correcto, pues todo es cuestión de elección… tenemos la opción de construir murallas, impedir que pase la luz y padecer la humedad del alma; o podemos vivir expuestos, brillar y sufrir el paso de la erosión que implica vivir al descubierto, disfrutando el trayecto y las caídas que podamos tener.
Al final, todo se reduce a la manera en que nos manejamos en la vida: con temor o con plenitud.
Esas son las principales opciones. La mayoría de nosotros -y me incluyo- vivimos tras murallas que comenzaron a edificar otros, pero que terminamos de construir nosotros mismos.
Las murallas son necesarios a veces, pero la mayor parte del tiempo basta ser quienes somos para protegernos. Esta es una de las grandes enseñanzas que me ha dejado Mark Nepo al leer “Un libro para renacer cada día”.