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Las heridas invisibles que los adultos cargan de su infancia

Dicen que los adultos de hoy son niños heridos con ropa de grandes. Y no es una metáfora ligera. Millones de personas llevan en silencio vacíos que nacieron en su infancia y que hoy gobiernan su vida adulta.

El hombre que trabaja sin descanso, pero nunca se siente suficiente… la mujer que se entrega entera en sus relaciones y aun así teme ser abandonada… el adulto que sonríe en público, pero se quiebra en soledad. Estas no son casualidades, son síntomas de heridas que vienen de la relación con los padres.

Cuando el padre estuvo ausente —ya fuera por abandono, silencio o distancia emocional— muchos crecieron sin brújula. Hoy buscan dirección en logros, dinero o aprobación, pero nada llena el hueco que dejó la falta de protección y confianza.

Cuando la madre no pudo dar contención —porque estaba rota, ausente o atrapada en sus propias batallas— esos hijos aprendieron a sobrevivir desconfiando. En la adultez, se traduce en miedo a recibir amor, incapacidad para entregarse y una sensación constante de vacío.

Lo más preocupante es que estas heridas no desaparecen con el tiempo. Se heredan. Lo que un adulto no sana, lo repiten sus hijos. Generaciones enteras atrapadas en el mismo guion.

Sanar no significa justificar ni olvidar. Significa mirar de frente y reconocer: “Papá, mamá, ustedes me dieron la vida. Lo que faltó, hoy lo asumo como adulto”. Ese gesto cambia destinos.

Porque lo que no se sana se repite. Y el verdadero acto de libertad es atreverse a escuchar esas heridas para transformarlas. Y tú, ¿estás list@ para iniciar tu viaje de libertad? Escríbeme.

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