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Las batallas correctas

Hubo un tiempo en el que pensaba que callarme era un signo de debilidad. Hubo un tiempo en el que creía que defender mis posiciones de forma vehemente era la clave para ser exitosa.

Hubo un tiempo en el que era yo contra el mundo y estaba dispuesta a enfrentar cada pequeña y gran batalla. Siempre desde el diálogo y el respeto, pero firme en mis convicciones sin importar quién estuviera frente a mí.

No reniego de ese tiempo. Eso forjó mi carácter. Me permitió aprender que mi razón no es la única, que discutiendo no se llega a ningún sitio, que a veces el silencio logra más que una palabra en voz alta, que en ocasiones logras impactar positivamente en otros y, también, que escuchar y aceptar otros puntos de vista pueden hacer evolucionar el tuyo.

Hoy, ya no soy así. Hace tiempo que decidí elegir esas batallas a las que sumarme y quedarme tranquila frente a otras. Y no porque mi rebeldía o carácter sean diferentes, simplemente porque me di cuenta de que es mejor no darme contra muros por mi salud mental.

En cambio, si es para lograr pequeños avances o éxitos en lo que me dé paz y felicidad, y si viene acompañado de ayudar, aportar y lograr un cambio positivo en alguien o algo, la batalla habrá merecido la pena.

Pero todo aquello que me drene, me deje sin fuerzas o me quite el sueño ya no entra en mis prioridades. Aunque suene quizás un poco egoísta, es una estrategia que me ha funcionado a mí como persona y me ha permitido lograr relaciones mucho más sanas con mi entorno.

Tener la sabiduría para elegir estas batallas, la fuerza para controlar los impulsos de reaccionar y, sobre todo, el corazón para no herir, son mis mayores triunfos.

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