Lo que vive la prensa en Haití es una encrucijada mortal. Los periodistas no están seguros en las calles porque los integrantes de las bandas armadas son dueños y señores.
Y ante una situación como esta, cualquiera fuera de su país puede pensar que cerca de la autoridad pública puede encontrarse algún grado de seguridad, pero se equivoca quien piense de esta manera.
Como lo demuestran las cifras de muertos y heridos causados por la inseguridad en las filas de la prensa, peligrosos como los componentes de las bandas armadas, son los agentes llamados a resguardar el orden público.
Las últimas víctimas, un periodista muerto y varios heridos, fueron generadas por armas manipuladas desde un destacamento policial a donde habían ido en solidaridad con uno de los suyos detenido el fin de semana.
Romelo Vilsaint, el periodista muerto ayer domingo a manos de policías haitianos, es una cifra de octubre, una estadística de los dos últimos meses de violencia contra los comunicadores en Haití.
Para sus compañeros de labores y colegas es más, mucho más que un número.
Es la vida de un compañero de afanes borrada por la bala de uno o varios agentes llamados a garantizar el orden público.