La sabiduría popular en la práctica ha acuñado la idea de que la decepción es un martillo que te golpea, si eres de cristal te romperá, pero si eres de hierro, te forjará. En términos reflexivo esto se puede interpretar como el desgaste o deterioro de la esperanza e ilusión, especialmente, para obtener una cosa deseada o al saber que algo no es como se creía.
Se trata de que el desencanto genera una pérdida del vínculo emocional, y se produce cuando un individuo y la ciudadanía deja de sentir reciprocidad y respecto por las acciones que llevan a cabo sus autoridades. Esto es, que los ciudadanos inician una desvinculación gradual por las expectativas que se habían creado sobre el gobierno o cualquier autoridad competente sobre la solución a un problema colectivo.
Hay que resaltar que el desencanto no se origina de un día para otro, es decir, que no aparece de manera repentina. Se trata de que la población va cimentando una carga emotiva con aquello que quieres que resulte favorable a los interese individuales y de la colectividad. Por tales razones, se generan diversas expectativas, ya sea de forma individual o en conjunto, para conseguir los objetivos deseados.
En la actualidad, se transita por una terrible crisis económica que inexorablemente conduce al aumento del descontento que abarca el ámbito de la política entre los ciudadanos, lo cual es un axioma. Las expectativas por mayores cambios políticos y económicos resultan como promesas incumplidas que, en una alta proporción, es fruto de la existencia de la mala coyuntura económica, la cual se está convirtiendo en detonante de repudio a los gobernantes en cada país.
En adición, el desencanto se ha acelerado porque la crisis sanitaria ha profundizado las grandes desigualdades, lastrando la económica como resultado de que las perspectivas de crecimiento económico siguen sombrías. En consecuencias, el flagelo de la pobreza crece de una manera exponencial, lo que implica un empeoramiento de las perspectivas hacia el futuro, impacta de manera negativa en la satisfacción con el régimen político, en un contexto económico convulso y sin previsión de mejora a corto plazo.
Las cifras macroeconómicas resultan fundamentales, siempre y cuando no sean fruto de la manipulación, para que los ciudadanos la relacionen con su percepción y tener plena conciencia de cómo creen que les afectan. La ventaja de presentar cifras macroeconómicas descontaminadas es que las adversidades generadas por los cambios económicos podrían tener una incidencia nula en relación a la satisfacción o desencanto con el gobierno y la propia democracia, en vez de apelar a la desnaturalicen de las mismas.
Resulta algo irrefutable que los periodos de crisis económica tienen como características relevantes que son los momentos de mayor descontento con el gobierno y el régimen democrático, y a si ha quedado registrado a lo largo de la historia de los hechos de crisis económicas. Como se sabe, la presencia de crisis económica siempre son un factor que ha incidido en el desencanto ciudadano frente a los gobernantes y el actual contexto económico tan devastador, no es la excepción para entender la aceleración creciente sobre la animadversión con las autoridades política y la economía, no interpretarlo de esa manera es ponerse de espalda a la realidad predominante.
En los procesos electorales es muy común que las organizaciones políticas estimulan a los ciudadanos asumir compromiso con los candidatos y no con los proyectos de nación e institucionales. Es por tal razón que esa fragilidad genera que los ciudadanos votantes caigan con facilidad en la frustración ante cualquier eventualidad de incumplimiento con sus expectativas y que generan una situación de contrariedad insalvable.
Es cierto que la democracia no se agota en los procesos electorales, pero tampoco las organizaciones políticas no poseen el monopolio de la actividad democrática, aunque a estos se le tiene un rol preponderante en el diseño de la democracia participativa. Sin embargo, a los partidos políticos hay que colocarlos como el epicentro de los procesos democráticos y vigilantes en la orientación hacia donde se intenta colocar la economía, en particular, en el diseño y ejecución de la política económica.
La legitimidad de las instituciones políticas y la confianza de los ciudadanos en el Estado y el gobierno es una de las condiciones fundamentales de la gobernabilidad, cuando en la realidad esto se traduzca en una igualdad de todos ante la Ley y se respete el espíritu del texto constitucional. En el caso dominicano, es muy notorio la velocidad del desencanto con las autoridades, cuya aceleración se explica en las expectativas creadas y que se han desvanecido ante la ausencia de solución a los problemas económicos y la violación permanente al código laboral al no entregarse las prestaciones laborales a los ciudadanos desvinculados de la nómina pública, entre otros malestares.