Era el mes de julio de 1985. Mi padre había fallecido accidentalmente a finales del mes anterior y pensé no hacer el viaje a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), entonces bajo la égida de Mijail Gorbachov, su Glásnost (apertura, transparencia) y su Perestroika (reestructuración democrática).
Había soñado con la idea de pisar alguna vez la tierra de Pushkin, Chéjov, Tolstoi y Dostoievski.
La celebración del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes me ofrecía la oportunidad. Eran tiempos de Guerra Fría, aunque ya se vislumbraba su fin.
Cuatro años después se derriba el odioso Muro de Berlín y Europa del Este cambia drásticamente, hasta disolverse la antigua URSS.
Luego de una travesía casi clandestina que nos llevó por Puerto Príncipe, Kingston, La Habana, Shannon y Luxemburgo, arribamos a Moscú. Como llegamos temprano a la celebración, fuimos enviados en tren y en cortas vacaciones desde Moscú al sureste de Ucrania.
Pasamos unos días de descanso y aclimatación en la región del Dombás, incluyendo las provincias de Donetsk y Lugansk. Bajo una suerte de verano primaveral, paseamos por los pueblos antiguamente cosacos, compartimos con su gente, su historia, su cotidianidad y su cultura.
A partir de la Revolución de Octubre de 1917 y de la derrota de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, allí los bolcheviques declararon la República Socialista Soviética de Donetsk-Krivoy Rog, cuya capital fue Járkov. Se inició luego la represión rusa contra la etnia mayoritaria ucraniana mediante la “descosaquización” de 1919-1921 y el “Holodomor” estalinista (Holocausto o genocidio ucraniano por hambre) de 1932-1933.
En 1991 y 1994 se llevan a cabo referendos que concretizan la independencia de Ucrania y el establecimiento del ucraniano como lengua oficial. Sin embargo, y pese a que votaron mayoritariamente por la independencia, en la región del Dombás se mantuvo vivo el aliento prorruso.
Vladimir Putin y su expansionismo paranoico y nostálgico de la gran Rusia territorialmente reunificada alimentan el separatismo en la región provocando una guerra civil, que cuenta con la anexión por la fuerza de la península de Crimea en 2014 y luego, en violación de los Acuerdos de Minsk de 2014-2015, que impondrían la paz en el este de Ucrania, el ogro retrotópico reconoce como independientes en Dombás a las apócrifas repúblicas de Donetsk y Lugansk, coloca gobernantes títeres y despliega parte del ejército ruso allí.
El destacado periodista y profesor de Oxford University, Timothy Garton Ash escribió en El País, el 20 de julio de 2014, advirtiendo acerca de lo que llamó doctrina del resentimiento, en un Putin que conoció en 1994 y que desde esa fecha, como vicealcalde de San Petersburgo, proclamaba que el mundo debía respetar al Estado ruso como una gran nación y revelaba la vocación de recuperar los territorios que la ex URSS había cedido voluntariamente.
Garton Ash recuerda que hubo un tiempo en el que existía la doctrina Brézhnev, que apelaba a la ayuda fraternal para justificar acciones como la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Gorbachov la sustituyo´ por la doctrina Sinatra, que cada quien lo haga a su manera, en sus relaciones con Europa del Este. Ahora tenemos la doctrina Putin, que es la de la retrotopía, el resentimiento y la identidad en base a la lengua rusa común.
Aquellos paisajes hermosos, aquellos pueblos pacíficos y laboriosos del Dombás y de toda Ucrania hoy están siendo víctimas de la intriga secesionista de Putin y de bombardeos crueles e indiscriminados por el ejército ruso, provocando una guerra que, además de una atrocidad, una barbarie, constituye una flagrante amenaza al orden internacional, a las democracias de Occidente y a la paz mundial.