La solidaridad como signo de esperanza

Son un signo de esperanza los gestos solidarios de personas fieles al llamado que nos hace San Pablo en su carta de Gálatas 6:9, que dice que ‘‘no cansemos de hacer el bien’’.
El riesgo de ser engañados, las incontables e interminables situaciones de vulnerabilidad, las prioridades personales y el afán por la comodidad pueden endurecer nuestro corazón ante quien nos pide ayuda.
El llamado de Jesús es a dar hasta que duela como lo hizo la viuda que dio incluso lo único que tenía. A veces sufrimos por dar hasta de lo que nos sobra cuando estamos muy aferrados a lo material.
Mirar a Jesús debe llevarnos a un desprendimiento de las cosas si queremos aspirar a los bienes del cielo como nos lo recuerda en su conversación con el joven rico, quien cumplía con los mandamientos de la ley de Dios, pero tenía que ir más allá como nos dice Marcos 10:20-22: “Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: ‘Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo’; entonces vienes y me sigues. Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes”.
Jesús nos habla del riesgo de las riquezas como obstáculo para llegar al cielo porque se convierten en el Dios que puede gobernar la vida alienándolos y volviéndonos insensibles y poco solidarios. La alerta de Jesús es librarnos de ataduras que nos ciegan y nos hacen perder el bien mayor que es él.
Un gran ejemplo de solidaridad extrema desde la vida religiosa fue San Maximiliano Kolbe, un religioso mártir por el holocausto judío.
Siendo sacerdote fue prisionero en los campos de concentración de Auschwitz, donde por cada preso que se fugaba morían 10.
Kolbe eligió morir en vez Karl Fritzsch, un padre de familia con hijos que había sido seleccionado para morir en represalia por un escapado. Fritzsch se resistía a la muerte por no dejar a su prole en la orfandad. Ante tal situación, Kolbe solicitó ocupar su lugar, afirmando: “No tengo a nadie. Soy un sacerdote católico”.
Así murió, a ejemplo de Jesús, entregó su vida por salvar a otro. En él se cumplió la máxima de Cristo en Juan 15:13: «No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos».