
CIUDAD DE MÉXICO.– Alguna vez casi impenetrable para los migrantes que se dirigen al norte desde Latinoamérica, la jungla entre Colombia y Panamá se convirtió este año en una ruta rápida pero peligrosa para cientos de miles de personas de todo el mundo.
Motivados por crisis económicas, represión gubernamental y violencia, migrantes desde China hasta Haití deciden arriesgarse a pasar tres días entre lodo profundo, ríos caudalosos y bandidos. Lugareños emprendedores ofrecen guías y porteadores, instalan campamentos y venden suministros a los migrantes, utilizando pulseras codificadas por colores para saber quién había pagado qué.
Habilitados por las redes sociales y el crimen organizado colombiano, más de 506.000 migrantes —casi dos tercios venezolanos— habían cruzado la selva del Darién para mediados de diciembre, el doble de los 248.000 que establecieron un récord el año pasado. Antes de eso, el récord fue de apenas 30.000 en 2016.
Dana Graber Ladek, directora en México de la Organización Internacional para las Migraciones de las Naciones Unidas, dijo que los flujos de migración a través de la región este año fueron “números históricos que nunca habíamos visto”.
