*Por Roberto Cassá
En el fondo, lo sucedido comportó alianzas múltiples de factores sociales, políticos y territoriales. Colaboraron indistintamente campesinos y burgueses, antiguos santanistas y baecistas, sureños y cibaeños.
Hoy, retrospectivamente, se está en condición de visualizar que, salidas las tropas españolas, todos estos intereses buscarían espacios para su reubicación.
En realidad, las tensiones subyacentes estuvieron presentes todo el tiempo, pero encontraban resolución por el imperativo de obtener la victoria. Pepillo Salcedo, el primer presidente restaurador, fue derrocado y ejecutado por su declarado propósito de reinstalar en la presidencia a Buenaventura Báez.
Quien dirigió esta acción, Gaspar Polanco, fue el único general santanista durante el periodo republicano que se unió en la primera hora a las huestes de campesinos y que por tal circunstancia fue colocado como jefe supremo del ejército dominicano.
Tras el 11 de julio de 1865, fecha de finalización de la retirada de las tropas españolas, el factor que de inmediato hizo crisis fue la contraposición de los intereses regionalistas. Dentro de su complejidad la Restauración fue también un medio de los dirigentes cibaeños para establecer su hegemonía a escala de toda la República.
Ciertamente se defendían frente a las exacciones del centralismo burocrático previo y al mismo tiempo entendían que eran ellos los que tenían las condiciones para implantar el orden nacional, beneficioso a todos.
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No lo entendieron así los generales del sur, algunos de ellos ya definidos en torno a ciertos postulados liberales, quienes a las pocas semanas de paz desconocieron la constitución que estipulaba que la sede del gobierno se encontraba en Santiago.
Así, la pugna entre sureños y cibaeños atravesó al mismo conglomerado reducido de jefes militares que se habían acercado a los principios liberales. De un lado estaba José María Cabral, pero del otro el derrocado Pedro Antonio Pimentel, ambos prohombres del sedicente Partido Nacional, expresión carente de sustancia, ideada por los intelectuales que recibieron la protección de jefes como Gaspar Polanco y Gregorio Luperón, cada uno inmerso en actuaciones que denotaban la fragilidad y la dispersión de que fueron víctimas los conductores de la gesta.
Vuelve el anexionismo.
Lo sustantivo fue que estos vacíos, conflictos y dilemas dieron por resultado la recuperación del conservadurismo en su matriz programática del anexionismo. Su fundamento ahora pasaba a localizarse en los caudillos que precisaban, por su falta virtual de un propósito nacional, de la superposición de élites políticas capaces de gestar un gobierno.
Resulta a todas luces estremecedor que al cabo de cuatro años de concluida esta gesta paradigmática de la libertad de los dominicanos se suscribiese secretamente una intención de acuerdo para entregar la soberanía dominicana a los Estados Unidos en calidad de territorio, lo que equivalía a posesión colonial.
En 1871 se convocó a una supuesta elección, bajo un régimen de terror con el apoyo de la gran mayoría de generales y del campesinado, en que solamente 11 personas habrían votado en contra de la anexión a Estados Unidos.
El viejo orden
En definitiva se restauró en cierta manera el orden existente antes de 1861. Pero la historia no podía ir para atrás, como bien querían muchos de los actores.
La Restauración dejó un sedimento que no pudo ser borrado y que se expresó en la aparición como fuerza política con opción de poder del liberalismo.
El conflicto político dejó de ser exclusivo del entorno conservador por cuanto la cuestión vigente radicaba en el afianzamiento del Estado nacional. Aunque minoritarios y hasta cierto punto aislados, los liberales tenían de su lado las circunstancias del avance de la historia a partir de una realidad que en proporción decisiva estaba marcada por los efectos de la restauración recién transcurrida.
Se había puesto de relieve la factibilidad de que la acción del pueblo derrotase a un régimen anexionista. Todavía más importante fue que la experiencia demostraba la incompatibilidad del dominio extranjero directo con los intereses genéricos de los dominicanos. Esto, por supuesto, no se reducía a una cuestión económico-social en la medida en que de por medio obraba el sentido de la dignidad que deparaba un orden nacional.
Fuera de toda duda, la magnitud de la guerra nacional permeó las miras de las élites y reconfiguró, por consiguiente, el panorama político e ideológico en el sentido de consolidar el hecho nacional con ingredientes antes desconocidos.
Por todo ello es acertada la definición de Hostos de que la Restauración fue la verdadera Acta de Independencia del pueblo dominicano. Y lo fue adicionalmente porque inauguró una historia irreversible de profundización del hecho nacional que, a la larga, terminó descartando las expectativas anexionistas de una porción de las élites burocráticas y comerciales dirigentes.
Ahora bien, no se obtuvo el régimen ideal por el que propugnaron los líderes restauradores. Nuevos problemas advinieron con la modernización económica de finales del siglo XIX y la consolidación del Estado nacional. Pero los mismos se dirimieron en nuestro propio espacio definiéndose los agentes políticos y sociales que fueron propugnando por nuevos avances o cuestionando la explotación y la opresión.
El carácter no concluido de los efectos de la Restauración se ha perpetuado hasta el presente. Desde hoy estamos en condiciones de tener en perspectiva problemas y debates que han estado en la base del proceso histórico iniciado en 1863.
La Restauración hoy
Acaso el balance más crucial que ofrece el examen de los hechos radica en la unidad nacional como sumatoria de propósitos diversos que anima la constitución de sujetos que pueden sintetizarse en planos de ejercicio de una hegemonía democrática, popular y progresiva.
Pero ninguna enseñanza habrá que esperar de manera directa del estudio de la historia por cuanto el programa valedero de un nuevo orden sólo podrá ser adecuado en la medida en que responda a las relaciones del presente histórico. Ahora bien, el presente está construido sobre líneas de fuerza provenientes del pasado, por lo cual el estudio de fenómenos como la Restauración transmite un saber indispensable, que va más allá de la inspiración, que abra las puertas a las resoluciones concretas y eficientes que hagan avanzar la historia por la acción autónoma del pueblo y de los sujetos que se constituyen en su accionar.
Diversos corolarios deben ser extraídos con vistas a la formulación de lineamientos pragmáticos que resulten del análisis histórico.
El primero y más claro es que los problemas de los dominicanos solo podrán ser abordados fructíferamente por los propios dominicanos y que el único escenario en que esto es posible es el del ejercicio de la autonomía nacional. Seguimos siendo tributarios de la hazaña de nuestros antepasados aunque las condiciones del mundo de hoy hayan experimentado cambios sustanciales.
Entre iguales
Si bien las relaciones internacionales han afianzado la interdependencia entre los países, ninguna panacea es legítima a nombre de la globalización que comporta el recorte o la anulación de las prerrogativas inherentes a la autodeterminación nacional.
En todo caso, lo que está postulado creativamente en el presente es la articulación entre naciones iguales como instrumento para un orden superior.
La Restauración, asimismo, provee insumos ideológicos que cuestionan las certezas vigentes del pensamiento único acerca de las bondades de la globalización. Ella fue una gesta porque los dominicanos prefirieron ser pobres para seguir siendo libres y consiguientemente desecharon, fruto de experiencias dolorosas, los parabienes del progreso que traía aparejada la dominación extranjera.
Las situaciones históricas no pueden extrapolarse, en el presente nos encontramos con un panorama por completo distinto y aun así la Restauración debe estar llamada a operar como referente dentro del decurso de nuestra historia para la construcción de un nuevo orden que culmine los dilemas y los debates de más de dos siglos.
Decisiones
— Ante el poder
Los dominicanos prefirieron seguir siendo pobres para seguir siendo libres y consiguientemente desecharon los parabienes del progreso que traía aparejada la dominación extranjera.
*El autor es historiador. Actualmente es director del Archivo General de la Nación.
**Conferencia dictada en el Centro León, Santiago