La República, una puta

Seremos felices, reiremos y cantaremos cuando los proyectos de poder concebidos desde los partidos políticos- sean capaces de romper el ciclo canalla que empieza con el encanto, pasa por el hartazgo y termina con la náusea.
De alguna manera ha sido esa la encerrona de nuestra historia política, que eternamente nos mantiene en un vaivén dentro del fenómeno que yo denomino el Síndrome de Los Bolos y Los Coludos (SBC).
Pienso en Los Rojos y Los Azules, aquellos dos grupos rivales posteriores a los principios de esta patria, hoy convertida en una fulana, cuyos fantasmas nos mantienen convertidos en dos perversas mitades.
Veo a la República como una puta con dos maridos. Cuando se harta de los golpes de uno corre a buscar el amor del otro, quien solidario y comprensivo la espera para, un corto tiempo después, despacharla a garrotazos hacia los brazos del bravucón alternativo que antes la había corrido. Es un sadomasoquismo pendular.
Esta señora, con 167 años ya cumplidos, achacosa, menopáusica y otoñal, no ha sabido identificar opciones para huir del maleficio que la mantiene como tierra arrasada. No ha sido lo suficientemente resuelta para enfrentar su viudez con dignidad, luego de colgar en la plaza pública a sus verdugos transhistóricos.
Ciertamente, ella las tiene muy difícil. El salto al vacío es un riesgo latente. Se trata de un miedo que Balaguer capitalizó muy bien y que sus hijos putativos diseminados en la amplia esfera del quehacer político local- prolongan con éxito notable.
Las presuntas alternativas a la vista para poder escapar del vapuleo violento de los dos maridos- son caricaturas mal pensadas de los liderazgos tradicionales o, cuando menos, réplicas en miniatura de las apuestas políticas personalistas, egocéntricas y mesiánicas, con el agravante complejo de inferioridad que la desgarra.
En esa perspectiva, la señora República todavía no puede ser feliz, ni reír ni cantar, aunque no deja de recitar entristecida: Contigo porque me matas y sin ti porque me muero.