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La patria del idioma

José Mármol Por José Mármol
José Mármol
📷 José Mármol

La patria de un escritor es la lengua en que escribe. “Mi patria es la lengua portuguesa”, señaló Fernando Pessoa, en completo desasosiego y reivindicando con ello un modo particular de patriotismo. E. M. Cioran, cuyo sentido del ideal patriótico convencional podría serle visceralmente ajeno, y quien abandonó, en la juventud, el rumano como lengua materna para adoptar el francés como su lengua de pensamiento y escritura, solía repetir que la patria de un escritor es su lengua. Un escritor no tiene más patria que su idioma, y la biografía de este es su propia obra.

También para Paul Celan, tal vez aprendido del mismo Cioran, a quien tradujo, la patria era su lengua, la lengua alemana que se hablaba en su hogar judío, más allá del rumano, el hebreo y el francés, entre otros idiomas que dominó como políglota.

El filósofo austríaco, amigo de Celan, Lwduig Wittgenstein, también asumía la lengua como su patria. Pero, más expansiva aún es la onda de sentido radical del poeta romántico John Keats quien afirmó: “Los poetas no tienen identidad”. El yo del poeta es el yo del otro como proclamaba Arthur Rimbaud.

La identidad y la nacionalidad del escritor se funden en la grandeza de la historia, de la particularidad cultural y social de su lengua.

Por medio de la catarsis del poema, aborrezco el púlpito falsario de liderazgos hueros. Escribo desde el poder de la palabra y contra la palabra del poder. Escribo para rescatar las utopías del abismo y de las trampas que les impuso el fruto envenenado de los poderes fácticos. Escribo para tratar de hacerme un hijo digno de la patria del español como lengua materna, como la colosal lengua de Cervantes, Darío y Juan Bosch.

Porque es esa la lengua en que existo; la que me hace posible el habla como morada de mi ser. Porque la poseo y me posee, y mi mayor compromiso ético, en cuanto que creador con la palabra, estriba en proteger la forma de mi lengua, su tradición, su diversidad.

Escribo por la necesidad de entender el gravísimo y relevante desafío de asumir el lenguaje como mi mayor problema y como la sustancia de que han de estar forjadas las preocupaciones y las metas en el oficio de escritor.

Escribir para la patria del idioma coloca al escritor en el centro de su problema ético. Asumo la ética de la escritura en su dimensión de auténtico desafío del cómo escribir frente al falso problema de para qué o para quién escribir. Mi responsabilidad radica en hacer del lenguaje el problema central de la escritura.

Es el lenguaje el que me impone los límites del mundo. Es en la naturaleza simbólica, polisémica, multívoca de la lengua y en la dimensión alegórica de la escritura donde quedan establecidos los paradigmas éticos del escritor. A esto llamó Paul Valéry ética de la forma.

Escribo para abrirle nuevos surcos al sendero complejo del presente y de la historia, y diezmar los demonios de las ideologías, los radicalismos, el odio y la cerrazón.

Aborrezco, con igual intensidad, el capitalismo salvaje y el socialismo autárquico. Escribir me faculta para superar verbalmente el mundo y sus entuertos.

Esta superación, esta transgresión estética de la ley omnímoda del absurdo posmoderno me coloca en la ensoñación poética de Georges Bataille.

Escribo, porque la lengua es un bien común, una insoslayable conquista social y cultural; la más ingenua, la más fértil, la más radicalmente libre de las victorias de la humanidad. Mantener vivo y vibrante lo imposible deseable es, en verdad, escribir.

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