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La necesaria gradualidad

JK Galbraith, un economista poco mencionado en la actualidad, en su libro “El dinero: de dónde vino y a dónde se fue” (original en inglés “Money: Whence it came, where it went”, 1975), señala la preferencia de los sectores más influyentes por las políticas monetarias frente a las fiscales.

Destacaba que esta inclinación era aún más notable ante propuestas de aumentos en impuestos directos —por ejemplo, el impuesto sobre la renta o sobre el patrimonio— o al revisar los incentivos tributarios sectoriales.

En nuestro país esto resulta evidente al ver cómo se perciben como “salvadoras” las medidas provenientes de la autoridad monetaria, como las de liberación de encaje, reducción de las tasas overnight, o las famosas facilidades de liquidez rápida (FLR), mientras se posponen o se resta importancia a las medidas fiscales.

Además, se interpreta la independencia de la autoridad financiera y monetaria como signo de madurez institucional, ignorando al mismo tiempo los beneficios de emprender reformas similares en el ámbito fiscal.

Esto viene a colación porque desde hace algo más de una década las finanzas públicas muestran señales que apuntan a la necesidad de una nueva reforma fiscal, intensificándose en los años recientes a raíz de la última crisis de 2020-2021.

Sin embargo, seguimos a la espera del tan sazonado Pacto Fiscal o reforma fiscal que se pospone año tras año.

Si bien durante los últimos 16 años las finanzas públicas han registrado déficits consecutivos y la presión tributaria se mantuvo en un nivel más bajo que la regional, la urgencia de aumentar los ingresos se ve reforzada por varios factores:
a) en los últimos años, los ingresos fiscales han resultado insuficientes para cubrir los gastos corrientes del Gobierno, situación que persiste en el presupuesto actual;
b) la creciente proporción que representa el pago de intereses de la deuda pública sobre los ingresos fiscales;
c) la sostenida disminución de la inversión pública (gasto de capital);
d) y la reciente desaceleración del crecimiento económico, que persiste pese a la aplicación de políticas monetarias.
Es evidente que se requieren mayores ingresos. El desafío radica en determinar cuánto más es necesario, en qué plazo y de qué manera obtenerlos.

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