La música, Faride, la ley y los derechos
Algunos denominan “contaminación sónica” al vicio de un número muy alto de personas que desde vehículos estacionados o en marcha, desde colmados o viviendas, invaden con música atronadora la privacidad de millones de sus conciudadanos en cualquier parte del país.
Siempre, desde luego, se trata de música del gusto del que quiere oírla y que por lo visto no está dispuesto a hacerlo de otra manera.
Este hábito los enferma, pero algo peor, enferma a quienes tienen que soportarlo a pesar de que si tuvieran la oportunidad de elegir escogerían posiblemente otra cosa, y la escucharían a decibeles que harían de su elección un momento agradable.
Acerca de este hábito dañino en muchos sentidos, porque no puede ser una pauta cultural como quieren verlo algunos —más bien de incultura y carencia de urbanidad—, tal vez sería de mejor provecho la opinión de siquiatras que la de antropólogos.
O guiarse por lo que dice la ley, como debe ser si hemos de vivir en sociedad, conforme a la pauta que acerca de hábitos dañinos ha sido trazada desde el Ministerio de Interior y Policía.
Entrevistada ayer por medios del Grupo de Comunicaciones Corripio, la ministra de Interior, Faride Raful, refirió el caso de una persona a la que uno de estos equipos atronadores le causa crisis epilépticas y otra que recurre a encerrarse en un armario o “clóset” para escapar de una música reproducida en su entorno a tan alto volumen que hasta allí la alcanza.
La suya contra las agresiones de este tipo es una causa que merece respaldo, porque como muy bien afirmó, todos tenemos derechos y deberes, y no podemos invadir los de otros.
Frente a los derechos de los demás debemos ser respetuosos si hemos de vivir en paz, y en cuanto los deberes, el de acogernos a la ley debe ser el primero.
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