La mentalidad emigratoria

La mentalidad emigratoria

La mentalidad emigratoria

El espíritu de viajar –o emigrar- es intrínseco al ser humano. El ansia de volar -o navegar- constituye un desafío a la vocación de progreso de la mente humana. Hoy día quien dice flujo migratorio dice identidad.

De modo que las oleadas diaspóricas determinan las identidades étnicas y políticas.

Desde los viajes de circunnavegación de Magallanes y El Cano, y desde Colón y Marco Polo, el viaje se define como necesidad y aventura.

Sin esas empresas emigratorias el rostro del mundo fuera distinto, y acaso más limitado. Al parecer, la vocación de cruzar el mar y desafiar el espacio son consustanciales a la razón humana, o la de violentar las leyes de la gravedad y la geografía.

El hombre anhela como meta no morir sin conocer otras tierras o regiones ignotas de sus fantasías. “Quien no viaja muere ciego” es una idea que conforma el desafío del hombre consigo mismo y con la sociedad.

América primero fue una idea utópica para Colón, y Oceanía para James Cook, y luego una realidad no mítica sino histórica y concreta.
Siempre se ha visto la necesidad de emigrar del individuo como una aventura irracional.

Sin embargo, su origen tiene no solo un componente económico sino político, y aun religioso. Muchas personas emigran de su tierra natal para salvarse solas o salvar a su familia de la muerte, de la cárcel o de la pobreza material. El viaje puede conllevar un retorno voluntario o convertirse en una errancia infinita.

Los budistas creen que el individuo debe morir donde nació y progresó. En el hombre occidental existe, en cambio, la vocación de progresar contra viento y marea porque teme morir pobre; el oriental capitaliza la pobreza, pues le sirve de alimento espiritual y reto de vida.

Hasta que no se erradiquen las causas materiales y políticas que impulsan a los individuos a realizar estas intrépidas travesías será imposible eliminar las realidades históricas de los naufragios, que a veces conllevan las emigraciones.

Solo con los muertos del mar Caribe o del Mediterráneo podría fundarse un país o un continente; también de poblarse un cementerio.

En los últimos meses el mundo ha visto, aterrado, cómo se han incrementado los éxodos migratorios de miles de refugiados sirios que se lanzan al Mediterráneo, por razones políticas, tras la búsqueda de libertad y por alcanzar su salvación material en Europa, lo que ha generado una crisis migratoria que, a su vez, ha producido una crisis humanitaria.

Las imágenes dantescas de estas travesías, muchas de las cuales terminan en zozobras siniestras -que nos hacen sentir avergonzados como seres civilizados- nos llenan de indignación, conmiseración y espanto.

Este drama del Viejo Mundo se ha traslado a Latinoamérica con la crisis migratoria producida por los refugiados cubanos que arribaron a Ecuador, y que iniciaron una romería demencial e irracional, en su intento por atravesar Colombia, Panamá, Costa Rica y cruzar todo Centroamérica hasta llegar a los Estados Unidos, y conquistar el “American dream”, pero esta empresa quedó trunca, tras Nicaragua negarles el derecho humanitario de seguir su ruta.

Lo que extraña es que esa travesía se produzca ahora cuando “termina” el embargo comercial de EU a Cuba, y en momentos en que se ve como una necedad innecesaria que continúe este tipo de aventuras por arribar a USA. Como se ve, la necesidad del cubano de emigrar de su patria no es solo material; también es existencial e intrínseca al ser humano.



TEMAS