La independencia nacional: Como notas al pies... y 3

La independencia nacional: Como notas al pies… y 3

La independencia nacional: Como notas al pies… y 3

Miguel Febles

Desde el principio, en los días más elementales del proceso independentista del que ahora se cumplen 200 años, hubo en el país personas con un nivel de educación ajeno a la realidad nacional y de contactos, en algunos casos extendidos, con realidades europeas y americanas de cultura, economía, tradición y administración más eficientes y organizadas, que al volver a vivir en Santo Domingo los hacía sentirse fuera de lugar.

El último de estos grandes políticos, Juan Bosch, deja ver en su obra una mala opinión y un profundo pesimismo acerca del destino dominicano.

El primero, José Núñez de Cáceres, quiso hacer una independencia, pero lo que tenía a la mano para sustentarla era un pueblo étnica y culturalmente distinto de los otros de su entorno, lo cual no podía ser bastante para llevar a cabo y sostener una vida nacional independiente.

Haití, un Estado esencialmente militar, encontró en 22 años una importante resistencia cultural (descrita por Emilia Pereyra en “Resistencia cultural en la dominación haitiana”, 2020) que, derrocado Jean Pierre Boyer, parece haber disuadido a otros gobernantes, junto con el temor al mundo exterior, de hacer valer las armas para imponer de nuevo la unificación.

Juan Pablo Duarte actuó influido por ideas de su tiempo, pero fuera de lugar en Santo Domingo, lo cual le sirvió apenas para forzar una vuelta de tuerca a la independencia en la que no pudo influir durante mucho tiempo.

El más práctico de estos próceres formados e influidos por el mundo exterior debe de haber sido Buenaventura Báez, pero en su caso no se tiene a un independentista, más bien a un patriota por la necesidad de preservación y fomento del patrimonio, que siempre es importante para la prosperidad de una nación, con tal de que no actúen directamente en política.

Gregorio Luperón fue una hechura de la guerra por la restauración de la República —la cual dejó al país minado de generales de montonera— y del antillanismo de Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos.

Este último llegó a Santo Domingo imbuido de ideas recogidas en Europa y Estados Unidos con las que pudo adoctrinar para beneficio de una formación tardía, pero de todos modos útil.

Pedro Henríquez Ureña carecía de vocación política, así que no puede ser incluido en este paradigma debido a la brevedad de su paso por la Intendencia de Educación en 1931. Parecía, más bien, movido por una razón personal.

¿En qué fallaron estos grandes caracteres? Fueron incapaces de aceptar que el dominicano es un pueblo diferente y que al diferente no hay que cambiarlo, hay que acompañarlo en el destino que le va deparando día a día su carácter y en ese acompañamiento pulsear para pulir en los aciertos.

Quien más cerca estuvo en esa dirección, sea dicho en estas notas al pie, fue Báez, pero el interés personal era tan fuerte, que por poco mete a la patria en un callejón sin salida.