En este mundo, en el que parece que la individualidad es sinónimo de éxito, en el que te dicen que puedes ser lo que desees, que tienes que defender tus posturas y sobre todo que debes ser fiel a ti mismo, se nos olvida algo importante: no somos el centro del universo. Creo que nos están llevando a ser egoístas y a pensar con el ego por delante, antes que todo.
Uno de los mejores antídotos contra eso es viajar. Salir del entorno y conocer de primera mano otras culturas, otras formas de ver la vida. Y hacerlo con la mente abierta, capaces de respetar aquello que es diferente a lo que estamos acostumbrados. Claro está, dentro de unos valores básicos que son innegociables.
Cuando viajas, rompes estereotipos. Conoces a personas que te aportan y te abren un mundo de posibilidades que te descubren que tu mundo es reducido, que aquello que creías inamovible tiene otras aristas, que tú eres una gota de agua más en el universo y que tienes que desarrollar la capacidad de entender, hasta de transformarte si es necesario para que seas más feliz, que no más exitoso o con la razón de tu lado.
Es algo más amplio, más de crecer como ser humano, de sumar a tu bagaje emocional otras visiones que lleguen a regalarte las herramientas para crecer.
Si te quedas en tu mundo, en tu círculo, en tu propia imagen de las cosas, cierras la puerta a mil posibilidades de crecer.
Viajar no solo es maravilloso por conocer lugares, lo es por conocer personas, compartir con otros que son muy diferentes, pero que siempre encuentras puntos en común. Y el más importante es la misma humanidad.
Hay que llegar a este mundo con el corazón y la mente abiertos.
La individualidad es un engaño.