En esta época de interacciones en tiempo real, de un mundo híperconectado, la imagen pública de aquellos que pretenden dirigirnos, desde los diferentes estamentos de poder, pasa por un proceso de transformación apreciable.
Hoy son nuevos los códigos impuestos por una realidad global que impacta y modifica nuestras sociedades.
La doctora en Comunicación Política y licenciada en Ciencias de la Información de la universidad Complutense Imelda Rodríguez, explica con ejemplos palpables la evolución de los tiempos y las nuevas realidades que se le imponen al actual liderazgo político mundial.
En su libro “Imagen Política, modelo y método” vemos un recorrido, a través de los siglos, de distintos factores que han incidido determinantemente en la transformación de la imagen pública y política de nuestros líderes, tales como: evolución de los eventos sociales y políticos; cambios de patrones económicos; confrontaciones civiles y militares; llegada de épocas pandémicas; así como el uso de las nuevas tecnologías para entrelazarse con las aspiraciones de los ciudadanos en la búsqueda de soluciones más efectivas a sus problemas.
El ensayo al que hago referencia en este artículo, muestra eficientemente nuevas herramientas para que los políticos del siglo XXI puedan relacionarse mejor con la problemática colectiva de un determinado territorio, y consecuentemente, con el mercado electoral al que se procura persuadir.
Visión de un nuevo liderazgo
El auténtico liderazgo fundamenta su grado de influencia y determinación a través de 3 factores principales: pasión, compasión y fascinación.
Aunque a primera vista parecería una conclusión lógica, quisiera detenerme en el segundo de los tres factores ya mencionados, que es, sin dudar, el valor más esencial para la construcción de una nueva imagen pública y política: la compasión.
Históricamente, cuando hemos hecho referencia a la compasión, nos concentramos en aspectos de carácter religiosos, o a valores étnicos.
Al hacer un básico ejercicio de búsqueda del significado de esta palabra en el diccionario, la definición de compasión no es otra que la de un sentimiento de ternura, de conduelo y pena.
Empero, su significado en la nueva realidad social, política y económica es mucho más profunda.
La compasión es una conexión de carácter emocional con el dolor, la pena, la calamidad del prójimo; ser compasivo interioriza nuestro grado de asimilación respecto del infortunio ajeno, que se vuelve propio. Desarrollar la compasión, genuinamente, agrega valor al carácter de la persona pública, y modifica humanamente sus propósitos políticos.
Como bien lo describe la autora del libro y experta española: “la compasión ha de ser el núcleo de la política, la autoridad y el poder de vanguardia”.
Liderazgos y emociones
La nueva imagen publica y política asociadas al poder, pasan por diferentes niveles o dimensiones emocionales: cerebro, corazón y vientre. Los distintos niveles emocionales permiten la identificación, y a su vez, la separación entre los distintos tipos de liderazgos: los populistas, los subliminales y los auténticos.
Los líderes populistas tienen como aspectos comunes la canalización de sus mensajes, siempre procurando impactar en el segundo cerebro; los intestinos.
Se ha demostrado clínicamente que más de 100 millones de neuronas nos ponen en contacto con emociones que sentimos desde temprana edad, y es justamente en este órgano donde existe una alta incidencia de nuestro estado de ánimo.
Esta corriente de liderazgo estuvo encarnada por el expresidente de EE. UU. Donald Trump, y sigue manifestándose a través de figuras como Boris Johnson, primer ministro británico; el presidente Brasileño Jair Bolsonaro, así como el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
Los líderes subliminales tienen como una característica fundamental la ausencia de vinculación emocional en su proyección de comunicación abierta y explicita. Un ejemplo identificable lo constituye el actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. Aunque procura hacerse acompañar de toda una estructura estratégica de comunicación, las emociones quedan rezagadas a un segundo plano.
Finalmente, los líderes auténticos, en procura de focalizar la atención pública, recurren a las emociones más viscerales, con la diferencia de que sustentan sobre ideas, propuestas y acciones firmes su relación con los ciudadanos.
Esta era de coronavirus ha puesto en evidencias, no solo las realidades sociales y económicas de grandes potencias y países en vías de desarrollo, sino que ha permitido consolidar liderazgos en el manejo de crisis, como el de la exprimera ministra alemana, Angela Merkel; el de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Ardern, así como el referente para toda Latinoamérica en el manejo de la pandemia, el presidente Luis Abinader.
La imagen pública y política dada su fuerte vinculación con las emociones, debe repensarse desde la perspectiva humana, como bien lo explicó en un artículo publicado por el diario El País, de España, el neurociéntifico y gastroenterólogo Emeran Mayer, donde asevera que “el cerebro no olvida las sensaciones que se generan en las tripas y que quedan almacenadas en las grandes bases de datos del cerebro, para que puedan ser utilizadas más adelante, cuando tengamos que tomar una decisión”.
Los próximos procesos electorales en el país, deben encontrar a su clase política más adaptada a las nuevas realidades que impone la tecnología; más cercanía, más eficiencia en el abordaje de los temas inherentes a los ciudadanos, mayor capacidad de generar empatía, y sobre todo, como bien apunta el texto de referencia en este artículo, “no se trata de emocionar para confundir, se trata de emocionar para generar confianza”.
*Por Roberto Ángel Salcedo