La guerra como negocio

La guerra como negocio

La guerra como negocio

Altagracia Suriel

El sueño de Enmanuel Kant de una paz perpetua en el Planeta está lejos de ocurrir. En pleno siglo XXI, no obstante la existencia de la ONU, vemos amenazada la paz y la seguridad por conflictos que involucran a potencias con capacidad de daño físico y económico no solo de los países involucrados sino del mundo.

Sigue habiendo guerras porque los intereses egoístas se superponen a la humanidad. Los conflictos armados se hacen por interés económicos asociados a la explotación de petróleo, recursos naturales o materias primas de las zonas de conflictos.

La guerra contra Ucrania no es gratuita. No es por ningún nacismo, honor o demostración de fuerza. Es por negocio. Esa nación es rica en petróleo, gas natural y minerales y produce cerca del 25 % de la exportación mundial asociada a cereales.

Además del control de los recursos naturales, todas las guerras contribuyen con la industria armamentista, que es la empresa más rentable y que crece sin parar pese a las crisis económicas. A pesar del Covid-19, en el 2020, según Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), las ganancias de las empresas armamentistas han aumentado un 17 % desde 2015. Asimismo, de acuerdo con los datos de SIPRI, la facturación de los 100 grupos más importantes del sector de defensa en 2020 alcanzó un nuevo tope de 531,000 millones de dólares.

Promover guerras genera ganancias inimaginables. Curiosamente, las potencias con mayor protagonismo en acontecimientos bélicos son Estados Unidos y Rusia. Esos países encabezan la lista de países con más capacidad de armas nucleares. Rusia tiene 6375 ojivas nucleares activas y Estados Unidos 5800.

Las principales compañías de ventas de armas en el mundo son estadounidenses. Una de ellas, Lockheed Martin, en el 2016, vendió US$47.248 millones en el sector de armas aeronáutica que incluye misiles, helicópteros, sistemas de radares y tecnología espacial.

La codicia y el poder enceguecen. Quien promueve la lucha siempre piensa en sus ganancias. No piensa en los niños que quedan huérfanos por los conflictos armados ni en las masas de migrantes que tienen que huir dejando todo por salvar su vida por culpa de los señores de la guerra, de esos desalmados que engordan sus arcas a costa del sufrimiento humano.



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